Mañana es fiesta. Menos mal. Qué bien pensado el descanso, justo ahí, en medio de la inmensidad de la cuestarriba a la derecha. Porque nos estaba costando arrancar. Yo lo he notado en las ganas que me han dado de hablarles del Astoria. Y esa es mala señal. Aunque he de reconocer que ese asunto me produce un dolor cíclico, que suele coincidir con la lectura de un titular de prensa relacionado con algún pliego de condiciones imaginario, con varias ofertas inexistentes, o con una sobremesa familiar en la que se cruza alguno de los estrenos vividos durante esa época de coros y danzas en la que todos éremos jóvenes, guapos y deportistas. Menos nuestro alcalde. La falsa noticia sobre un plan viable en el viejo cine Astoria en el comedor de mi casa, llega siempre con los postres. Y del bienmesabe nos transporta hasta el burrito del Parque. No piensen mal, hablo del burrito del Parque sin metáfora de cercanía en el espacio, sino en el tiempo. Yo creo que a Don Francisco le pasará lo mismo. Estará de cháchara con su café cortado, y de repente rememorará Chitty Chitty Bang Bang con la cucharilla y los posos de su aroma. De ahí a levantar el teléfono, preguntar cómo va el asunto y envalentonarse con la respuesta recibida debe haber una galletita y poco más. Quizá una rueda de prensa inoportuna al día siguiente. Pero lo del Astoria se va como viene. Como los funiculares o las gemas. O sea, de ninguna manera. Se asume el fracaso por aburrimiento. Permanece. Persevera. Como Rajoy. Casi transparente. El Astoria podrá con nosotros. Antes, nos derrumba que se rinde. Será un vestigio arqueológico protegido antes de que nos demos cuenta. Creo que con un busto de nuestro alcalde.
Mañana es fiesta y será el día de hacerle un repasito reflexivo a lo poco que se nos viene encima. Yo ya he pedido cita con la almohada para preguntarle por todas las tareas que tampoco esta vez resolverá el municipio y que tanto nos preocupan por la abundancia de ocio, de norias y de museos. Como si existieran los problemas. Hay un montón de proyectos sobre la mesa. Y de objetos volantes y quietos no identificados. Todos escacharrados, pendientes de juicio o financiación, o de lavarse las manos con lo que quieran hacer los ciudadanos.
Con la Academia del Málaga en el Arraijanal no pasará nada. Se busca comprador de unos terrenos para poder financiar las supuestas futuras obras. Con los jardines torreonados de Repsol, menos. Se votará en el Pleno del Ayuntamiento las veces que haga falta sobre qué hacer allí, y cuando al fin se acepte la propuesta de De La Torre a cambio de ascensores, polos digitales o clubs de pádel, se buscará comprador para financiar unas obras. Exactamente igual que con la mundialmente conocida La Mundial y el inimaginable hotel de Moneo. Paso a paso, mismísimos trámites. ¿Los Baños del Carmen o el Cauce del Guadalmedina? Estos casos llevan un peldaño de menos. Todavía no se les busca comprador a los terrenos para poder financiar nada porque aún no hay visos de que se vaya a votar algo, ni se percibe tampoco la intención de una propuesta de algún plan que solucione esos asuntos pendiendes, o lo que es más sintomático de la inacción, ni siquiera se ha designado a un político como director general del futurible. El Metro y Limasa. El Metro y Limasa en manos de Don Francisco. Y de lo que decidan sus asociaciones. Y de lo que aconseje Hacienda. Y de la Inversión público-privada. Y de que venda unos terrenillos. Y de los pliegos de condiciones. Para persignarse. Menos mal que mañana es fiesta. Menos mal que nos queda el Astoria para quejarnos.