Cuando yo era pequeño las niñas querían ser enfermeras y los niños bomberos, futbolistas o soldados. Por mi síndrome del miedo a las batas blancas, yo sólo podía ser futbolista, pero ni me acompañaban las ganas ni la intención de acomplejar a los compañeros del colegio con mi asombrosa técnica y agilidad indómita. Años más tarde, las niñas querían ser soldados y bomberas; los niños, enfermeros. Una sociedad equilibrada en sus deseos a la que la realidad desequilibra con sus presupuestos. Lo que no imaginaron las niñas y los niños enfermeros es que iban a terminar siendo soldados y bomberos en hospitales de campaña del SAS, esto es, en los centros públicos andaluces de salud a causa de una política errónea de gastos, o de ingresos hospitalarios, según se deduce de las quejas y manifestaciones del personal de enfermería.
Durante las últimas semanas hemos leído que una enfermera sufrió un ataque de ansiedad cuando descubrió que la habían contratado para que estuviera a cargo de 36 pacientes durante una noche. Como si ella fuese la culpable de tal situación, o como si se hubiese auto-inducido el ataque de nervios por puro ánimo de fastidiar, el SAS ha tomado medidas, pero sólo contra ella. La ha sancionado con 60 días durante los que no podrá ser contratada. Aquí vemos un claro ejemplo de lo que es coger al toro por los cuernos. Que me perdonen los antitaurinos. La resolución de tal conflicto es como si hubiesen castigado a la limpiadora del camarote de los hermanos Marx por desorden en la habitación. Hay razones que el sentido común no entiende. También es cierto que es el menos común de los sentidos.
Tras esta primera polémica, un sindicato de enfermería ha denunciado que otra enfermera, esta vez en Carlos Haya, ha vuelto a ser la encargada de atender una planta completa de ingresados. Incluso los hoteles mediocres destinan más personas para atender las necesidades de su clientela, con la diferencia de que si llamo al servicio de habitaciones es porque quiero otra almohada, o un bocadillo de última hora que bien pueden demorar su entrega porque diez habitaciones han tenido la misma idea, sin que tenga mayores consecuencias que mi enfado. La atención a diez pacientes no puede sufrir retrasos porque no están allí como cura de reposo sino por la obligación de recuperarse de graves dolencias. Nadie permanece en los hospitales por gusto. Tampoco en los cementerios, sin querer exagerar.
Este desajuste de la plantilla, que el SAS se empeña en vender como reordenaciones, ha provocado incluso la dimisión del jefe de urgencias de Carlos Haya que, como capitán de una tropa situada en la primera trinchera de fuego, sabe que sin personal suficiente es cuestión de tiempo que tal sección hospitalaria aparezca en la portada de los medios a causa de algún hecho luctuoso como un error médico, o una agresión hacia los trabajadores por parte de familiares de pacientes que no siempre tienen la templanza necesaria en esas situaciones. Héroes, el SAS busca héroes, así como de cartelería soviética de guerra. Médicos que operen igual que esos ajedrecistas que juegan 20 partidas de mesa en mesa, o personal de enfermería con el don divino de comprimir el espacio y el tiempo. La magia de la enfermera o el enfermero guapo, por no discriminar, que con solo tomar la mano del paciente entre las suyas ya le suministra la medicación necesaria por vía del espíritu.
Según el consejero de Salud, las unidades hospitalarias se cierran en verano porque no se ocupan. Se produce una reorganización de efectivos para que abunden allí donde más población haya durante estos meses. Ojalá fuese verdad. Málaga es la Costa del Sol. Cada año el verano pilla al SAS como esa visita que aparece cuando está el frigorífico vacío.