Parece que en el último suspiro de campaña, el talante democrático que se les suponía a los miembros del aparataje de los partidos políticos ha salido a relucir. Me alegra inesperadamente. Aunque he de reconocer que me había costado mucho esfuerzo y horas de internet enterarme de cómo se daba uno de alta en las famosas casas de apuestas británicas y ya no creo que me vaya a servir de nada. Pero será una enfermedad menos en la que inscribirme y de la que curarme y, en fin, no debería quejarme. Como les decía, me propuse ayer apostar toda mi fortuna, o sea, los 119 euros con ochenta y seis céntimos que he conseguido ahorrar en mi último año laboral, gracias a mis tres trabajos temporales y medio, y a los once contratos que, sin menosprecio a mi cuidadosa desmemoria, creo haber firmado durante los últimos doce meses, pero finalmente he desisitido. En vez de apostarlos a que habría unas terceras elecciones, he decidido invertirlos en papel higiénico y compresas, pues he leído que son bienes muy escasos en Venezuela y lo he considerado una forma de aportar mi granito de arena a la campaña del miedo, como buen demócrata constitucionalista antiradical que me siento, entre otras cosas menos atrevidas.
A mí la noticia me pilló en un taxi. Me refiero a las declaraciones de los cuatro candidatos de los principales partidos sobre que se van a sentar todos juntos para acordar un gobierno estable a partir del 27 de junio y que, si no lo consiguen en una semana, dimitirán para que lo intenten sus sucesores. Y así hasta que lo borden y el Ángel Exterminador les dé permiso y les abra la puerta. Fantástico. La noticia me la dio mi taxista en diferido. Como el despido del Señor Bárcenas, sé fuerte. Me lo contó con mucho arte y ole ahí, que dirían en un horroroso anuncio de una marca de cervezas sobre el caciquismo andaluz y lo poquito que necesitamos si nos dan un subsidio y una pandereta. Muy gracioso el chófer, entre chistes, carreras y chascarrillos. Me dio la buena nueva, oye, y qué gracia tenía, mira tú.
Así que Rajoy ha confirmado que se marchará si es el obstáculo. Ha reconocido que el voto de un indeseable independentista vale lo mismo que el de las personas como dios manda salvo alguna cosa, aunque nos gusten mucho menos. Está dispuesto a pulir la ley mordaza para que no pasemos más vergüenza ante los organismos internacionales y hasta a darle una vuelta de consenso a su reforma laboral, en la que yo mismo he colaborado tanto con tan excelsa desgana. De hecho, del millón y piquísimos empleos que han levantado a España por la desgracia de la segunda reforma laboral, diez o doce son míos.
Con conocimiento de causa también Pablo Iglesias dará su brazo a torcer. Primero ha sido el puño y ahora, según me cuentan, también el brazo. Y hasta oirá lo que tengan que decirle los de Ciudadanos si siguen ennoviados con Pedro Sánchez. Y concederá el derecho de autodeterminación también al PP y al español de cada tres que les vota. Dice Don José, que así se llama el taxista, y que asegura que es el padre de la niña de Rajoy, que Iglesias ha aceptado comerse la línea roja de llevar toda la razón siempre y nos ha concedido escuchar a los que no tienen ni idea para que le ayuden a entender los sinsentidos necesarios para un buen gobierno pruriintelectual en minoría.
Por último, Don José, asegura que Rivera y Sánchez se han declarado dispuestos a hacer un paréntesis en su luna de miel para conocer a otras parejas de baile. Ni el 2 ni el 4 de marzo volverán a ser mencionados por el socialista de centro en ninguna negociación, esto es lo que más me cuesta creer, ni Rivera retomará su cruzada por los países donde exista una dictadura hasta que Buñuel se la vise y San Pedro se la bendiga.
Con la ayuda del taxista he conseguido subir todo el papel del váter a casa. Me queda santiguarme.