Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. Si Julio Verne levantara la cabeza… Lo digo porque para los que conocimos la moneda de dos reales, la verbena de la paloma se nos queda muy lejos, como si hubiésemos vivido varios siglos desde la época de Pedro Osinaga en el Estudio 1. Pero no. Leí el otro día en la prensa que la señora más mayor de España tenía solamente 114 años y tres cuartos cumplidos, con lo que rejuvenecí de inmediato, concluyendo que, a lo sumo, yo debía tener 113 o así. O hasta menos. Me puse a contar con los dedos y, realmente, no hace tantos siglos de cuando se fumaba en los autobuses, ni de esas fotos descoloridas de la infancia sobre el burrito del Parque. Todo aquello me hacía sospecharme, casi, del Siglo de Oro, puede que por mis ricitos rubios de entonces o por Suárez, pero no. Soy, simplemente, un McFly del Siglo pasado. Como todos los votantes llamados a las urnas el próximo 26 de junio, sin excepciones potenciales. Hace 100 años, todos éramos iguales, jóvenes, guapos y deportistas, sin móvil. ¿Qué digo sin móvil?, ¡sin internet! Con EGB, BUP y COU y aprendiendo inglés con la LOGSE, o la LOE, o la LOCE, o la LODE… Bueno, no me acuerdo…
¿Quién me iba a decir a mí, tan sobreexperto, cuando Rajoy arrasó en 2.011 que, superado el terrible efecto del Naranjito, el de Curro en la Expo Universal o el informático del 2000 que nos sumiría en el mismísimo caos para siempre, lo que más me iba a preocupar de la crisis sería la prima de riesgo? Qué angustia. Qué angustia más tonta. ¿Tampoco hace un siglo de aquello? Era un 600 por lo menos. Como el cochecito de mi padre de hace 200 años. O más. ¿A cuánto estará ahora la prima de riesgo? Lo ponían tras el tiempo en las noticias. Después de los tormentos.
Y todo este preámbulo reflexivo de barba blanca venía a que mañana comienza la campaña. No se rían. Estábamos descansando. De período entre campañas. Ahora empieza de verdad y de nuevo. Mañana. E iba a decir que con la tradicional pegada de carteles. Pero no. Ya no es tradicional. O mejor dicho, ya no hay pegada de carteles, más allá de la tradición de este primer día. Noche. La política ha cambiado tanto como la ciencia o los tiempos que corren, una barbaridad. Y no lo digo por el merengue, ni los 70 kilos de comida para gatos de la Gúrtel. Lo digo porque nos han cambiado los anticuados coceptos de derechas e izquierdas por los de la transversalidad, evitándonos pasar en cuclillas por el túnel del tiempo, como nos hubiese gustado para enterarnos.
Se acabó eso de que los pobres finos, cultos y estudiados conformen la izquierda y que la derecha se sustente sobre los cuatro ricos y sus pobres cercanos con síndrome de Estocolmo. Ahora a la izquierda hay radicales, y a la derecha, liberales. Los demás, los cien calvos, los del 600, los que fumábamos en los autobuses, los que recibíamos de las abuelas monedas sin valor de dos reales para ir al cine y los que tenemos fotos en el burrito somos de Centro por la gracia democrática, por la constitución, por la solidaridad antinacionalista, para abogar por la salida de todos los presos políticos de Venezuela y sobre todo, por el miedo espantoso. Porque si no, esto puede ser peor que lo de las vacas locas y la gripe aviar juntas. Y sin Cañete. ¿Habrá vacunas para todos? Por favor, que nadie haga más ruido egoísta de la cuenta. ¿Es que no ven la tele? ¿Es que no leen los editoriales? Ya está bien de reabrir heridas del pasado. Ya está bien. Elijan entre el Centro Izquierda, el Centro Derecha o el Centro Portero Delantero de Rivera. Es hora de una nueva transición que pase página de los que siempre protestan y todo lo reivindican. ¡Viva el Centro! Y que se nos pase pronto este susto insuperable.