Se cumple un año del quinto mandato de Francisco de la Torre al frente del Ayuntamiento de Málaga. Posiblemente haya sido el más complicado de los dieciséis que lleva gestionando la ciudad, por hacerlo en minoría. Aunque a él no se le tuerce el gesto y tal vez sólo una radiografía íntima pudiera mostrarnos los efectos reales de la temida procesión en sus entrañas. Pero ese es su resquicio de paz y, ni con un renglón amable, me consideraría con derecho a entrometerme en su almohada. En público, sigue dando los mismos saltos para subirse a los escenarios que cuando cumplió los 65 y alguien ya le advirtió, supongo, que debía empezar a excederse en jovialidad durante las entregas de diplomas, palabras y reconocimientos públicos a los que acude incansable para darle impronta a los pequeños ratos memorables de sus conciudadanos. En forma, y brazada a brazada, sigue recorriendo todas las esquinas de las asociaciones vecinales con la misma eficacia hiperactiva de siempre. Quizá esta sea la única parte de su trabajo que continúe ofreciéndole parecido rédito y las mismas alegrías que en anteriores presidencias y, desde luego, sigue siendo la que ocupa la mayor parte de su agenda imposible entre horas extras y extraviadas.
Hasta aquí la parte continuista de su gobierno. Pero tampoco a nadie le pasará desapercibido lo que le está costando en esta, alcanzar el consenso del que hacía gala cuando no lo necesitaba para llevar a cabo su acción de gobierno. Por eso considero que el quinto gobierno de Francisco de la Torre no tiene nada que envidiarle a esos otros que los medios de comunicación reúnen en torno al concepto de “ayuntamientos del cambio”, con Carmena o Colau a la cabeza, ni a esos otros que bajo el mismo epígrafe se arroga para sí Pedro Sánchez, incluyendo a los que, desde el año pasado, gobierna el PSOE en minoría. Pues si gobiernos del cambio son aquellos, no menos cambiado está siendo el nuestro, eso seguro. Nuestra mayor diferenia reside en que Málaga no está fluyendo igual sin el rodillo de la mayoría absoluta. Resulta que el talante democrático demostrado por nuestro alcalde, y que nadie que lo conozca debería cuestionar, sólo le ha servido por ahora para encajar muy bien las críticas pero no para acordar soluciones a los grandes problemas de la ciudad con los demás grupos de la oposición, que, junto al PP, representan a la sociedad malagueña en su conjunto. Como si se nos hubiese atorado una arteria y siempre acudiese el mismo médico bombero empecinado en el mismo diagnóstico y tratamiento, que no consiguiese apartarnos del infarto. El alcalde lleva un año actuando en solitario, no sé si porque no le quedan seguidores incondicionales en su propio equipo o porque ya no confía en ellos y así lo mismo se sienta a negociar en nombre de los socios privados de LIMASA, que atiende personalmente a los potenciales inversores que sondean nuestro mercado, o decide saltarse a la torera lo que haya decidido el Pleno hacer con el Hotel de Moneo y la Mundial, o con un parque de Repsol sin sus torres, y se echa a la espalda su idea descabellada por minoritaria, apechugándola en círculos hacia ninguna parte. Este año perdido en el atasco delatorreriano nos ha quitado la ilusión de que se encuentre un remedio para la manzana del Astoria. No hay esperanza, no. Ni a corto ni a medio plazo. Ni de que pase algo sensible en el río. Tampoco, no. Ni de que haya parque, ni rascacielos, ni mitad parque y mitad rascacielos. ¿Dónde? Ya lo sabemos y lo asumimos con resignación. No habrá metro por el Civil, ni por lo criminal. Hay una encuesta abierta en el diario La Opinión de Málaga que nos pregunta si está agotado el proyecto de Francisco de la Torre. Y ni siquiera nos sorprende.