Sufro desasosiego por la calma chicha de la última semana política. Acostumbrado a que se preparase un intento de investidura sin líneas rojas por aquí, un desacuerdo de mínimos entre máximos oponentes por allá, con la guerra democrática retransmitida en directo a través de los twitter personales de los candidatos durante tantos meses y con el ciudadano rey improvisando la minuciosidad del ritual constitucional para citarlos en buena lid cada quince días, lo de Felisuco de anteayer, me ha sabido a poco.
Me imaginaba ya que, con la carrerilla que llevábamos desde el pasado año requetelectoral, la prepostcampaña proseguiría hasta difuminarse en sus segundas o terceras vueltas hacia el éxtasis religioso. Pero no. Los amainó la tormenta. El agua los ha callado, como a los gremlins. Ni siquiera en campaña ha parecido esta semana que hayan hecho campaña. Vino el otro día Rajoy a Málaga, vio y se fue, no ya sin ganarnos, sino que, yo diría, sin ni siquiera levantar los brazos. Pero unas cañitas se tomó durante un baño de masas de los que no amargan ni a un soso. Al césar, lo que es de Mariano. Y puede que, tratándose de él, no debiera extrañarme tanto que pasase de puntillas y sin hacer ruido fujitsu por el Mercado de Atarazanas, pues fresquito y acondicionado, precisamente, es como se le reconoce recogiendo más votos mientras silba. No es a él a quien votamos uno de cada tres adictos a las urnas, sino al miedo que mitiga sujetándose los machos, la lengua y las apariciones públicas cuentagotadas.
Pero es que esta semana, ni sus transversales contrincantes del centro, ni las hordas rojas, le han atacado a los riñones, como venían haciendo desde que con Kevin Roldán, y con las Municipales y Autonómicas, empezara todo. Los habrá cansado, por desistimiento. Si algún mérito hubiese que arrogarle al presidente en funciones sería el de saber funcionar bien poco. Y otro, sublime, la capacidad de soportar estoicamente toda la vergüenza que tenga por necesaria padecer, sin despeinarse, por el bien de los españoles, entre los que se incluye el primero. Con él, no son los medios sino sería el sonrojo lo que justificaría cualquier fin.
Será que a sus rivales, la corrupción les ha dejado sin argumentos. Los habrá sobrepasado. Se ha extendido hasta tal punto, y a diario, que nos ha inmunizado la ira y camino va de ocurrirnos lo mismo con la parte correspondiente del espanto. Se nos repite pero ya sin ardores. Hoy lo de Marjaliza nos entra por un oído y los papeles de Panamá lo transforman en una oreja para que salga sin problemas ni atrofia. El único acto de propagando política que se me ocurre digna de mención durante esta semana habría sido el realizado el otro día en telecinco entre Bertín Osborne y Esperanza Aguirre, sin mucho feeling cocinando pero con unos titulares de transfondo mitinero, que para sí quisiera la selección española de Del Bosque en la eurocopa de Francia.
Pero como dije al principio, no me fío. Esta tranquilidad, a cuarenta días de darnos vuelta y vuelta, me pone nervioso. Estarán cogiendo aire. Estarán pensando estrategias. Estarán desfondados. En las películas del Oeste era cuando aparecían los indios y asaltaban las caravanas. Esta calma chicha, definitivamente, no me gusta nada.