Pues ya está aquí la confluencia. La anunciaron Pablo Iglesias, siempre sobreactuado, y Alberto Garzón, en un vídeo perpetrado con prisas por sus inconfluencias encargadas aún de la comunicación por separado, en el kilómetro cero madrileño. En la Puerta del Sol le daba la sombra al de IU por su lado, lo que no sé si debería considerarse premonitorio, y a Pablo Iglesias, no. La parte de Alberto estaba nublada y la del de Podemos, colorida. Pero no fue esa diferencia la que más me llamó la atención entre los dos vídeos para redes que desenredaban el acuerdo, sino la que nos mostraba el abrazo de Pablo Iglesias de frente y el del malagueño desde atrás. El vídeo de Podemos fue seis veces mejor votado, digo grabado, y parecía realizado con menos tembleque en el cuerpo. Con Iglesias bronceado, saturado de rojos y Garzón, lívido, a punto del desmayo audiovisual, la escena pudo recordarnos al de una boda de conveniencia, con el novio deseando llevarse a la novia a la danza invisible del húmedo tálamo y la joven virginal y timorata, con la sonrisa nerviosa de la buena hija complaciente pero con las piernas como Rambo, sin sentirlas, y bien cruzadas. Dejando a un lado las metáforas, Garzón estaba superado por el manejo de la situación que demostraba su nuevo socio electoral ante las cámaras. Ya lo avanzó Susana Díaz, “Pablo Iglesias es un artista”, y como tal se desenvuelve, como un pececito en el agua enfrentándose al mayor espectáculo del mundo político, envalentonado por el reguero de Historia que cree que sigue a sus pasos como un designio guionizable en algún capítulo por escribir de Juego de Tronos. Por eso, creo yo que Alberto Garzón se mostraba más pequeñito de lo habitual a su lado, para defenderse de la posible vergüenza ajena que pudiera hacerle sentir con cualquier ocurrencia salida de tono, a las que nos hemos habituado y por donde se le escapan los buenos resultados en las encuestas, y por eso Pablo Iglesias, atado en corto, aparecía encogido de cuello y con la cabecita echada hacia adelante, para no salirse de cuadro, como Lady Di hacía con el Príncipe Carlos.
Pero aún así, lo pareció. Parecía que Pablo se saldría de madre de nuevo, al final del vídeo. Cuando acabó el texto preparado que anunciaba la unión entre Podemos e IU, con la apostilla de la referencia al equipo A, de Pablo Iglesias, sospechamos el beso final de la ceremonia. Hubo ademán. Y fdancés. Ahí iba el de Podemos, para hacernos olvidar el amor que demostró en sede parlamentaria por Domenech. Pero se contuvo en el último instante, supongo que porque se dio cuenta a tiempo de que al bueno de Alberto Garzón lo consumía, hasta tragárselo por las hombreras, su chaqueta, que le quedaba ya enorme.
Sin beso, lo que nos queda del acuerdo del otro día son anécdotas menores. El que sale detrás de cada imagen es el nuevo mocito infeliz del antipacto, Llamazares. No se disfraza de árabe como el mocito malagueño, yo creo que por el mal rato que pasó con los americanos por su corte de pelo. Pero aparte de eso, no sé yo cuándo le han dado los medios de comunicación tanta bola. Él, con la pelota bajo el brazo sigue apareciendo en frames subliminales, allá donde se habla del pacto entre extremistas. Además del desacuerdo de Llamazares, de pleno derecho, destaca en la parte más torcida, las opiniones de los tertulianos más conservadores de la prensa nacional, muy preocupados por la desaparición de IU. Pedían que Garzón no cediera, porque los fagocitaría Podemos, como si les importara o incluso, como si les desagradara. El mundo al revés. En cambio, el mundo al derecho, lo representan los líderes del resto de partidos diciendo lo contrario sobre el acuerdo. La unión convierte en comunistas a los de Podemos. Es la fagocitación inversa. Unos por otros y el gobierno sin barrer. Extremistas, comunistas, bolivarianos, iraníes y con más de seis millones de votantes en potencia. Es para tomarse unos botellines y aflojarse las corbatas.