Hoy, para mí martes aún, he bajado a comprarme una baraja de tarot y he estado echándole un vistazo a varias páginas en las redes especializadas en la materia, para averiguar cómo se deben interpretar las tiradas y así orientarme en el oscurantista método de la clarividencia. Esta noche iba a pasear desnudo bajo la luna para que su influjo me invistiera de su don mágico e incluso había previsto chapotear en la orilla de la playa del barrio, para ver si eso pudiera servir para que aflorasen mis potenciales artes adivinatorias.
Todo esto lo decidí para poder valorar en tiempo irreal lo que pasaba en el último minuto de esta liga que arbitra el ciudadano Felipe de Garzón, digo de Borbón, 128 días después de que empezara la tanda de penaltis política más larga que se recuerda. Porque yo ahora escribo y me acuesto. Y mañana, todo lo que he opinado me deja en ridículo. No ha pasado nada en cuatro meses y auguro que habrá elecciones en junio y pasa una CUP, con otro empate a 1.515 votos y un gol fantasma válido, metido con la mano por el utillero, cuando estábamos recogiendo las porterías, y me convierto en el tonto que según Luis Aragonés, sabía hacer relojes, pero sin saber hacerlos.
Para saber lo que va a ocurrir durante la efímera legislatura que concluirá -glup- el lunes -glup-, mejor confiar en lo absurdo de la quiromancia que en la nada -no sé si Rajoy opinará lo mismo- y, mientras espero que comparezca el líder del PSOE para decir que con Ciudadanos hasta que la muerte los separe, me repaso lo del ermitaño, el loco y el colgado, repartiendo las cartas entre mis políticos favoritos. Qué remedio.
Pues no. Pues ya no va a hacer falta. Me estoy quitando la túnica de Raticulín y apagando las velas humeantes que me aturden inciensantemente. Mi primera tirada de tarot, según he escuchado a Pedro Sánchez decir ahora mismo en rueda de prensa, va a ser al cubo de la basura. Me he gastado 12 euros pero me he ahorrado el miedo que me producía meterme en el mar a oscuras pues, pertenezco a la generación de la película tiburón y si me apuran, también a la de la insoportable canción de verano crónica del mismo nombre y que espero no se os haya agarrado a la insistencia del subconsciente por haberla mencionado.
Por mi parte de croqueta, contento, pues me he librado de la arena rebozada en la cintura y de que pudieran confundirme con un exhibicionista lunático por culpa de los efluvios y sus áureas desnudas, pero de lo que no nos libraremos ninguno es de la repetición de las elecciones. Esta afirmación es la que no me atrevía a hacer hasta hace un rato sin oráculo de cartas de por medio porque el bueno de Joan Baldoví, que en otra vida debió de ser un Hermano de La Salle, con todo lo bueno y anticuado que ello conlleva, había decidido lanzar una penúltima propuesta durante la mañana y otra penúltima también, por la tarde, tras el primer mitin de campaña de Pedro Sánchez ante los periodistas del Congreso.
Tres hojas para un gobierno de cuatro años entre seis partidos, ni lo valora Rivera. Su agapornis, sin él, ni en pintura. Rajoy está de navidades, estancado en el 21 de diciembre, con su 30 por ciento de regalo bajo el brazo. Y Pablo Iglesias, no lo veo, es que no lo veo, que diría la verdadera vidente oficial en estos turbios asuntos, Susana Díaz. Dice Patxi López que estamos abocados a disolver las Cortes y convocar elecciones. Casi que sí. Aunque con Baldoví sin apagar el móvil esta noche, por si acaso.