Con el 80 por ciento de otro

2 Mar

Mi tía Elvira, que era una mujer sabia, me dio un consejo una vez que no le habría venido mal recibir ayer al candidato Pedro Sánchez. Agarrándome al poder de la desmemoria, capaz de añadir los colores que le hagan falta a la trama, les resumo, casi con total seguridad, que su nombre era Rocío, y el asunto en dificultades, mis 15 años. No fue mi primer amor, ni siquiera mi primer desamor. Fue anterior a todo eso. Fue mi primer ridículo espantoso. Aún me sofoco cuando me imagino vestido de tenista en la urbanización de los Tres Caballos dispuesto aún no sé bien a qué, tembloroso, frente a ella. Antes le pregunté a mi tía si le decía lo que un compañero de instituto me había propuesto o lo que el otro, aún más espabilado, me había asegurado que nunca fallaba. O sea, si la invitaba a dar una vuelta o una voltereta. Me contestó que si tenía que equivocarme, lo hiciera con dignidad, desde mis entrañas, que mejor apechugar con mis propios errores que con los de otro.

Pero esa vez, no la escuché tampoco y prefiero que se imaginen el resultado sin tener que volver a repasar detalladamente aquella mala inexperiencia. Un poquito de uno y otro poco de otro, no tartamudeé ninguna palabra de mi propia cosecha. No había cosecha alguna en las inmediaciones mundiales a las que aferrarse. Rocío fue amable y comprensiva y con el paso del tiempo, llegué a la conclusión de que probablemente, tras perderse por el caminito que daba acceso al portal de la Torre 2, corriese a su apartamento de verano familiar para intentar curarse del ataque de vergüenza ajena que le hice pasar durante tan mal rato imposible. Espero que no tuviese secuelas ni posterior tratamiento psicológico por mi culpa.

Pues así debió de sentirse ayer Pedro Sánchez, el pobre. Invistiéndose con las palabras de otros. Encorsetado entre lo que le han permitido hacer sus barones y el programa de desgobierno acordado con Ciudadanos. Veinte por ciento de unos y ochenta, por lo visto, de los otros. Con las Diputaciones escondidas bajo el atril, el no a Rajoy en brazos y la muletilla de lo que la semana que viene sería posible y no será porque va vestido de tenista y aún no se sabe bien si todo responde a un plan preconcebido o es que, simplemente ha improvisado un solo de jazz y le ha salido así, desafinado o demasiado vanguardista para su tiempo.

Noventa más cuarenta son ciento treinta y un kamikaze. Si va a perder, y lo sabe, mejor hacerlo como recomendaba mi querida tía. Solo, apechugando orgulloso su propio programa electoral. Con el que se presentó hace dos meses para liderar un gobierno de progreso. Con las ideas de cambio sobre la mesa, las figuritas de los barones en el armario y el programa de Ciudadanos en el cajón de los objetos perdidos importantes. No hay indignidad en la derrota. Pero sí hay derrota. Ya que pierdes y te vas a casa, di la última palabra y siéntate a gustito a descansar en el mejor sofá de tu hogar. Pierde tú, que aquí no hay empate ni diplomacia que valga. Da el discurso de tu vida y piérdenos boquiabiertos, dando un puñetazo en la mesa ¿verdad, tita?

Pedro Sánchez podrá ser el candidato del PSOE con el peor resultado electoral en unas Generales y además el primer candidato propuesto a la investidura en perderla. ¿Será también el primero en hacerlo con un programa distinto al suyo? ¿Por las ideas de otros? ¿Con las propuestas de otros? ¿Para qué?

Eso me dijo Rocío, ¿para qué? Y se perdió por el portal de la Torre 2, sin que nunca jamás me tragase la tierra.

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