Hace apenas dos semanas del día de la marmota. Vi, entonces, concretamente el 2 de febrero, en el telediario de mi casa, cómo Phil, el roedor de Punxsutawney que predice la llegada de la primavera según la tradición norteamericana, aseguraba firmemente que este año se adelantaría. Un señor con sombrero de copa y guardapolvo del Mayflower que la sujetaba como un personaje malvado y hambriento de Gangs of New York, así lo interpretó por su mala sombra. Mala sombra por cómo la agarraba, pero sobre todo porque eso dice la vieja costumbre que data de 1887, que si la marmota al salir de su letargo no se la ve -la sombra, mal pensados-, por ser un día nublado, dejará la madriguera, lo cual significará que el invierno ha terminado. ¡Yupi! En cambio si el sol le produce una buena sombra al salir a otear, volverá corriendo a casa y supondrá un vaticinio negativo de séis semanas más de nieve y whisky, para los habitantes de Pensilvania. Después se la comen. Seguro. Pero eso no lo dicen para no asustar a los niños, como harían unos simples titiriteros. De algún modo, esta tradición me ha recordado al pulpo Paul prediciendo los Punxsutawneys por la escuadra de Villa y Torres en aquellos gloriosos días. También nos lo comimos. Supongo. Pero sin la mala follá, probablemente, ni el sombrero de carnaval. Imagino. ¿Seguirá aquel monumento por la feria?
La película del Día de la Marmota me ha recordado a la verdadera de Pensilvania. A cuento de los titulares de la prensa local, que hablan de suciedad y exceso de ruido en la ciudad, como siempre y del Metro que no cesa, como desde que se empeñaron en inventárselo, en tiempo de políticos y vacas bien comidas, ultimamente. La vida ciudadana cambia poco respecto a sus déficits, por más que nos empeñemos en mirarnos con aprecio al ombligo cosmopolita. Hay un estudio reciente que señala la contaminación acústica en puntos claves de la ciudad. Dice el informe elaborado por la Universidad Politécnica de Madrid sobre el Monitorado de Ruido en Málaga, que somos ruidosos con y sin monitores. Lo afirman con datos científicos de micrófonos situados junto a terrazas y bares de ocio nocturno en el Centro Histórico y Teatinos, que superan habitualmente los 55 decibelios saludables. Y con encuestas a pie de campo y playa. 175 malagueños tuvieron tiempo y paciencia de responder a una encuesta larga larguísima -según los propios encuestadores- sobre sus noches en vela kafkianas. Nadie ha hecho nada por estos sufridores del mal sueño en veinte años. No es de extrañar que se confesaran ante los sociólogos largo y tendido. Les sirvió de terapia psicoanalítica. Probablemente si por ellos fuese, seguirían contestando preguntas y recalcando que lo que se consiente que padezcan a costa del ocio de los demás, es inhumano. Por supuesto, el estudio señala medidas correctoras contra terrazas y bares. Un poquito, sobre el tráfico. Nada, de la pasividad municipal. Aunque en un anexo, se asegura que en Semana Santa y en Feria, se alcanzan cotas superiores a los 80 e incluso los 90 decibelios. Sin señalar culpables ni medidas correctoras concretas.
Y respeto a la limpieza, ¿qué les voy a decir? Huelga consignar. Tras más de una década mugrienta, los ciudadanos de Málaga seguimos teniendo el servicio de limpieza más caro de España, junto con el de Barcelona, aunque, por nuestra parte, no parezca que se note demasiado. ¿O seremos quejicas repulidos?
Pues hace poco salió el resultado del Eurobarómetro de la Comisión Europea y volvimos a arrasar: Málaga es la única ciudad española entre las diez con mayor calidad de vida. Con su paro, su suciedad, su ruido y lo que haga falta… ¿Y quién lo ha decidido? Los propios malagueños, con sus puntuaciones. Y si somos los mejores, bueno ¿y qué? Que ya viene la primavera, Phil, y el solecito, y las cañitas, y las terrazas, y la Semana Santa. Y diez años más que nos pesen. Ole y ole.