Iba a hablarles de las caquitas. Pero recordándolas en la boca del portavoz del PP en el Congreso, Rafael Hernando, en diciembre del año pasado al referirse a los que iban de Don Limpio pero escuchimizados y con el pelo largo recogido en una coleta, he desistido. Les hablaré, por tanto, de la mierda, con el suficiente desapego -iba a decir desde un punto de vista aséptico pero me he arrepentido a tiempo-. Al menos, intentaré hacerlo desde la mayor distancia que me permita abordar su análisis, en plan positivo. Lo más negativo de meterme entre probetas con esta asunto entre manos es que me da en la nariz. Quería decir que me da en la nariz que se quedará todo esto, finalmente, en agua de borrajas. Permítanme que haga un inciso en este punto, antes de continuar, pues me preocupa Benedek, un amigo húngaro que estudia español y que suele traducir mis columnas semanales desde Budapest y al que quiero avisar de que con este no lo intente. Para no meterlo con un crucigrama en un aprieto peliagudo. Sigo. Yo me abono a pensar que el tema de tocar los excrementos caninos por parte del gobierno municipal se debe a lo explicado el pasado lunes por Francisco De la Torre a los alumnos de quinto y sexto curso de Primaria del CEIP María Zambrano, al ser cuestionado hasta por los niños. Cuando el alcalde explicaba las cosas de Paco a su joven audiencia, dentro de una actividad denominada “El alcalde y sus concejales visitan tu colegio” enmarcada en la “Semana Europea de la Democracia Local”, les dejó algunas perlitas destacables y muy valiente, como en él es habitual, sin bajarse los pantalones en ningún momento, confesó que sus concejales “están saturados, trabajan desde la mañana hasta la noche”.
Así se entiende. Ya he identificado el ADN de este marrón. El concejal responsable -o casi- saturado, que se suspende a sí mismo en suciedad para dar ejemplo, Raúl Jiménez, además de culpar a los árboles y a los malagueños del horroroso trabajo que no saben hacer ni él ni LIMASA y por el que los ensuciadores pagamos 163 euros al año, ha decidido obligarnos a tener un papel más higiénico con nuestros canes. Genial. ¿Pero cómo se controla? Vas al veterinario, pagas 35 euros -según dice él, que ya ha hecho sus cuentas- para que le haga a tu perro una prueba de ADN que lo identifique, y si se encuentra una mierda suya en la calle, te cae el pedo de la ley, digo el peso de la ley: multón de 500 euros. ¿Pero quién recogerá los gurruños para analizarlos? ¿Policías locales, concejales saturados, trabajadores hereditarios de Limasa o quién? ¿Harán un curso científico para no contaminar las muestras? ¿Se darán un paseo con el regalito hasta el laboratorio y dejarán de hacer controles de alcoholemia o de baldear las calles mientras tanto? ¿Se imaginan? Aquí, poniéndote una multa o barriéndote la plaza, con una mierda en el bolsillo, oye. Mientras espero el coche escoba, me echo un cigarrito, tú… ¿Esto va en serio? Qué saturados tienen que estar algunos concejales si en pos de la limpieza, no le pegan una patada en el trasero a sus incompetentes socios privados sino que prefieren declararle la guerra los árboles o a los perros. Esto será como lo de matar las moscas -de las defecaciones caninas- a cañonazos, creo.
O no. A mí me huele raro este asunto, sinceramente, pero estoy dispuesto a quitarme la cara de estreñido y aplaudir, en cuanto que contraten al nuevo personal necesario y se cree un nuevo oficio: ¿recogedores de…? Yo, a ese concejal saturado o a cualquier otro, desde aquí le brindo mi apoyo. De hecho, más que eso, les mando un apretón y, deseándoles suerte:
mucha mierda.