Hay discursos que valen para todo. No gano para pañuelitos de papel cuando descubro a algún sacamuelas desenvuelto resolviéndome las dudas sobre cualquier planteamiento cotidiano que yo no habría sido capaz de resolver por mí mismo. ¿PC o Mac? Esa fue una cuestión complicada en su día. Creo que uno se hace del Madrid o del Barça porque en algún momento desapasionado, alguien con más labia que el rival, le regaló un buen argumento que hacer suyo ante los demás y una bufanda. Pero eso ocurre cuando no tienes interés previo y estás dispuesto a escuchar ofertas de pensamiento. Cuando ya has tomado tu decisión, aunque sea rebelde y sin causa, es distinto. Entonces, el vello de punta te lo deja el que sabe explicar que tu postura, coincidente con la suya, no era una cuestión cruel ni caprichosa sino que el toro bravo sin los bravos en los toros desaparecería por falta de utilidad. Todo vale. Siempre hay un buen discurso a cada lado del que poder echar mano para llevar toda la razón. Por eso a mí me pasa que me guardo los aprendidos y los saco a relucir cuando me apetece hacer mesianismo de mis convicciones. Supongo que la necesidad atávica de encontrarle una explicación lógica y razonable a mis preferencias, me lleva a echar mano del que piensa como yo y lo ha sabido justificar en público con la maestría que a mí se me despistó en la punta de la lengua.
Así que, no sé si por “h” o por “b”, me declaro ciudadano del mundo, que está de buen ver, y se le supone implícito cierto agrado solidario, ecologista y de bienestar ocidental, sin requerirme esfuerzo alguno a cambio, más que las buenas intenciones de boquilla. Y tras quedar bien con esta guinda en el pastel, me considero europeo, por sus ventajas, y español, andaluz, malagueño y de Huelin por sentimiento. Más de Huelin que de Europa y más de Málaga que de Andalucía. En resumen, un español no patriotero, como tantos, ni nacionalista ni independentista de nada ni de nadie. Y me agarro al discurso que escuché una vez e hice mío de que en un mundo que debería tender a unirse -que se lo pregunten ahora a un sirio-, ¿qué sentido tiene querer independizarse?
Me voy a poner medio folio en el lugar del otro. Voy a hacer de abogado del diablo independentista, malo malísimo. ¿Qué haría que un joven apacible, guapo y deportista de Huelin, al que no le gustan los cambios ni las sorpresas, se radicalizara en sus sentimientos patrióticos y comenzase a sentirse excluyente y a no querer saber nada de compartir su sentimiento nacional con el resto de pueblos de España?
Hombre, a mí me da mucha rabia cuando algún inculto al norte de Despeñaperros afirma que los andaluces tenemos que aprender a hablar español. Nuestra evolución del lenguaje les parece errática o mal sonante. Tampoco me gustaría que la solidaridad impositiva siempre me fuera desfavorable. Que siempre la parte solidaria de la balanza de pagos autonómica me resultara a pagar… Pero ni una ni otra causa, me quitaría las ganas de cambiar de pasaporte. Menudo follón.
Un primer pasito en un posible cambio de rumbo sentimental podría ser que no se me permitiera expresarme democráticamente. El famoso ya derecho a decidir. Pero tampoco llegaría, mi DNI al río.
Ahora bien, si algún ministro declarase que mi ciudad, o que mi comunidad, sería inviable sin el sustento económico del resto de España, empezaría a enfadarme. ¡Encima! Me crearía más ira que miedo. ¿Le demostramos al ministro que no necesitamos, para nada, al resto del país? Me compraba una bandera, por primera vez en mi vida, con el orgullo herido. Y si el presidente echase aún más leña al fuego, cogiendo de la manita a la canciller alemana para que puntualizase que sin España, mi región, mi país o mi ciudad, quedaría fuera de Europa, podría empezar a plantearme con quién me gustaría compartir el resto del viaje. Primero de Málaga y después de Europa, ya lo dije. ¿Seré tan raro?
Menos mal que nuestros políticos tienen altura de miras y no han usado esa táctica. Qué miedo me daría…