Para no cansarles con el trillo, les aviso que yo también me propongo opinar sobre la feria. Con la ventaja del toro pasado y con el afán del mediocre que pretende propagar a voces su fórmula magistral para arreglarla. Les pido disculpas si alzo la voz demasiado, es que nací en el Mediterráneo.
Dice el alcalde que la pasada feria fue una maravilla. Muy finamente. Con la elegancia de la experiencia. Me parece que si no estuviera todo el día a la carrera estrechando la mano de unos y otros en dieciséis actos, debería sacar tiempo para aleccionar a los suyos sobre cómo defender una gestión de gobierno con responsabilidad. No ponerse un suspenso en rueda de prensa sería el primer paso para ganarse el respeto de la ciudadanía y empezar a recuperar la mínima confianza del que observa el desastre desde la barrera. Que nos diga el alcalde, sacando pecho, que alguien ha sacado un dineral de esto y que la fiesta ha sido estupenda consigue, de entrada, que nos desahoguemos. A lo mejor no ha sido todo tan horroroso como yo pensaba, susurro, con tiempo de sacar un pañuelo del bolsillo y secarme el sudor de la frente. Mira, hasta me voy a coger unos segundillos para sentarme a la fresquita en la Plaza de Uncibay y mirarla, casi ya curada de espanto. Arrebatarle una pizca de dramatismo a la zozobra siempre se agradece. Si consigues resoplar tranquilamente después, hasta puedes sonreírte de ti mismo, con la fuerza que da eso. Yo, sinceramente, le agradezco al alcalde que hablara de números multimillonarios y mantuviera calladita a la encargada del asociacionismo vecinal, las sillitas populares que prestar a las peñas y otros encargos de parecido perfil. Si la ayudan a bajarse de la parra, con cuidadito, nos irá mejor a todos.
A lo que iba. La feria, según la inmodestia de mi plena convicción, tiene un gran problema: que no se ha identificado correctamente el problema. Sigue fallando el diagnóstico. Se achacan todos los males a una sola enfermedad: el desparrame. No cabe duda de que existe, claro. Se desparrama ruido, alcohol, hormonas, sudor, pipí y emesis -lo buscáis en el diccionario-. ¿Pero ese es el mal de la feria? Yo creo que no. Es en la parte que coincidimos con cualquier otra feria, fiesta grande o fiestecilla de la que hayamos disfrutado padeciéndola con gusto sin par. En los Sanfermines, en la Fallas de Valencia o en la Feria de Abril, por poner tres ejemplos conocidos, se desparrama lo mismo. ¿Por qué no duele tanto en estos casos? Ya que estoy tan repanchigadito aquí en la Plaza de Uncibay, voy a proponerles un juego. Cerramos los ojitos y nos imaginamos una foto de los sanfermines. Un encierro, ¿verdad? Ahora, de las Fallas. Un ninot de Montoro, ¿verdad? ¿Y de la Feria de abril? Pues eso. Yo también. Ahora, los que padezcan ositos o del corazón, que pasen su turno, por favor: vamos a imaginarnos la feria de Málaga. Ahí está Teresa Porras cogiendo en brazos al señor que se desnudó, con una botella en una mano y el tanga mojado en la otra, para que se le seque, ¿verdad? Cuando no hay contenido, queda eso y los trabajadores de LIMASA abrillantando la escolta policial.
Todavía habrá alguno que no esté convencido de mi pleno uso de razón. La mayoría porque identifica el problema con los maleducados merdelloneos de Málaga. Pues se equivocan y me resulta muy fácil de demostrar. Imaginemos ahora a esos mismos desparramados de nuestra feria con un contenido a cuestas. Mismo lugar. Misma multitud. Pero con un motivo que les guíe. No hace falta seguir estrujando el cerebro elucubrando, busquen en google Semana Santa de Málaga y acepten la realidad. Con la misma educación, la misma cantidad de gente, en el mismo sitio, desparramando tanto o más, pero con procesiones, tradición y respeto.
Ya tenemos el diagnóstico: hace falta un contenido, una razón de ser para la feria del Centro. Ahora bien, ¿tendrá tratamiento? Pues yo creo que no, la verdad. Por ahora, no. Si el que tiene que llenar de contenido la feria de los jóvenes, es el mismo que ha convertido la zona de juventud del Real en un botellón, mejor nos rendimos.
En dos patadas: se prohíbe beber en la calle -antiguamente llamado botellón- y me ahorro el artículo.