Creo que me he leído todo lo que se ha escrito sobre Porras en los últimos días. Se me ha colado algún churro pero creo que no se me ha escapado ningún desprecio de los que se le hayan hecho por meterse en camisas de once varas –de las que, por cierto, no se ponen los puercos de la feria de Málaga-. Pero no era eso lo que yo andaba buscando. Lo que pretendía encontrar era algún indicio que me llevara a comprender qué había intentado decir con su ya célebre frase sobre las niñas de la feria. Porque debo de ser muy cortito. No la he entendido, de verdad. Y no es la primera vez que me ocurre con las declaraciones de esta concejala. Hubo algo de la grúa que ya me dejó perplejo en su día. Y eso comienza a preocuparme. ¿Será ella hablando muy malagueña de entrañas y yo casi un desaborido de tanta consulta que le hago últimamente al diccionario online de la RAE? ¿Será que ella maneja el lenguaje de la calle mejor que yo, porque me he instalado en mi sexto piso con una tele de más pulgadas de la cuenta, un airecito acondicionado demasiado abrazable y una estupenda tablet de segunda mano que casi me escribe sola? Demasiadas preguntas sin respuesta. Qué vértigo me está entrando.
Porque si no la entiendo, la culpa es mía. Porque de la Porras, seguro que esta vez, tampoco. Ella es como la concejala del pueblo de un programa de Tele 5. Impertérrita y segura de su propia idiosincrasia por cada poro de orgullo personal y tacatá, ole ahí, a defender contra quien haga falta. Ella es, de entre toda la colección de imberbes concejales y concejalinas del PP, incluyendo al alcalde, la única que pregonaría el caloret y a un chófer tan lacio como el de Celia Villalobos con iguales o peores miramientos. De hecho, ella presume de hablar clarito y la razón la asiste y nos sobrepasa, hasta el punto de que los compañeros de partido le dejan decir siempre lo que quiera, sin contradecirla, dios les libre, tal vez porque sepan, por experiencia, que no sería capaz de discernir otra cosa que no fuera la que se le hubiera metido a ella misma entre ceja y ceja desde el principio. Y con no acompañarla a las ruedas de prensa…
Pues antes, sí la entendía -o descifraba, según se mire-. Como en aquella ocasión en la que le dijo, con su habitual educación contenida, al bueno de Pedro Moreno Brenes, que «su mierda no se la voy a recoger». Directa al grano -o al asunto de aguas mayores- y entregándole una escoba, el recogedor, el papel higiénico y todo su desdén connatural encadenado a otra frase lapidaria. Y también la comprendí cuando se le archivó el caso de los contratos municipales que adjudicaba con más legalidad de la exigible en el mundo mundial. Y cuando le devolvió de una patada los chiringuitos a Caneda. Y cuando en plena crisis nos gastaba en lucecitas navideñas más que nadie en España. Y cuando los demás concejales salían huyendo de la policía local que reclamaba mejoras laborales, y ella se mantenía firme, como Gutiérrez Mellado en el Congreso….
Pero esta vez, será, me ha pillado desprevenido. Es oír lo que dice que llevaban las niñas en la mano durante la feria del año pasado y parte de la oposición pide, creo que con las manos en la cabeza, que dimita. Vale, yo también. Por fin alguien se ha molestado por sus comentarios y yo me apunto al carro. Probablemente porque la parte más merdellona de mi ser no comulga con una señora tan fina representándome pero, por favor, de paso, y sin negarme a que se vaya, ¿alguien podría explicarme qué quería decir la señora? Para saber por qué me he indignado esta vez y si era machista o no el comentario, solamente. ¿Mojadas? ¿Qué significa que las tenían en la mano para que se le secasen? Mi curiosidad no resistirá mucho más. Si nadie puede ayudarme, usted misma, Doña Teresa, ¿podría quitarse las bragas de la boca y explicarme lo que quiso decir de las niñas de Málaga, a su manera, de forma clarita? Se lo agradecería.