Me he comprado una fregona nueva, les adelanto. Que me aseguran en el chino de abajo que es especial para exteriores. Para el jardín, me decía el señor vendedor, con una sonrisa muy amable y atenta. Sí, le contestaba yo, y para la piscinita, sin que me entendiera el chiste. Les cuento lo de la fregona para que no se piensen que voy a criticar la suciedad de nuestra ciudad sin estar dispuesto a predicar con el ejemplo. Para empezar, abrillantaré mi parte de la esquinita, la que da a la terracita del bar de abajo por el norte, y así aprovecho y me tomo algo fresquito después, en cuanto acabe de contarles mi plena disposición a ayudar en las tareas de baldeo de mi barrio. Totalmente. Me ofrezco voluntario y con buen ánimo de lustro. Sobre todo me ofrezco al municipio para hacerme cargo de la parte del asesoramiento técnico, esa del 2 por ciento de TIMASA, para el que yo creo que valgo, por si cuela. Espero una llamada y empiezo. Como los chorros del oro la dejo. Mi cuenta. Por mi cuenta, digo.
La idea me surgió cuando me encontré las botas de agua que me compré durante las inundaciones del 89, encima del armario, nuevecitas. Eso y un gorro de ducha que me traje del último hotel por el que pasé una noche, no me acuerdo exactamente de cuándo, pero antes de la crisis de los 40, seguro, me dieron la idea. La de tiempo que llevaba el gorrito en lo alto del lavabo, pendiente de usarse. Y a punto estuvo de tirármelo mi pareja en un descuido mío, alegando que estaría caducado. Ni que fuera un preservativo, le dije. Que ahora que lo pienso, no estoy seguro si lo era o es que quizá no sea de mi tamaño, porque no me acaba de entrar del todo. Me llega a las orejas y lo escupen al techo. Aunque a cabezón no me gana nadie.
En fin, no sería justo arrebatarle todo el protagonismo de mi predisposición a llevar a cabo la hazaña de asesorar técnicamente en materia de limpieza, escobón en mano, a nuestro humilde concejal responsable -¡ja!- de Medio Ambiente y Suciedades, Don Raúl Jiménez. Si no se hubiese sincerado, endosando un suspenso a su propia gestión en la materia mugrienta que le ocupa, sin disculparse ni dimitir, ni se me hubiera ocurrido echarle tanta cara a este asunto. Según cuenta, Málaga está sucia un poquito por él, otra pizquita por los árboles frondosos y, en alarmante progresión geométrica, por nosotros, los malagueños de ensuciar por casa. Eso dice y eso vende. Ahora me he enterado de que ha empezado un reality show sonrojante en el que se traslada junto a su cuadrilla municipal en autobús, de ciudad en ciudad, viendo los modelos de gestión de limpieza para ver si aprende algo. No sé cuándo lo emiten, ni en qué cadena aún, pero sólo de pensarlo, me da vergüenza ajena. Ni Berlanga. Se va a hacer más kilómetros que un viejo rockero antes del IVA de Montoro.
Así que me he decidido. Creo que es menos estúpida mi propuesta que la de los viajecitos en autobús y el resultado será de parecida utilidad. O inutilidad, según se mire. Yo estoy dispuesto a asesorar a quien haga falta. Sólo le pido que se traiga una escoba y ganas de trabajar. Y en un rato le enseño cómo. Se trata de hacer lo de Tom Hanks en la película, pero en vez de corriendo sin sentido, fregando con dignidad, como un flautista de Hamelin a ver si alguien me sigue y salimos en los periódicos como gente limpísima de Málaga. Cobro y seguimos contentos. Con concejales suspensos y árboles frondosos pero con nuevos malagueños afanados en la limpieza deportiva. Qué hartura de calles pestilentes. Hasta el gorro. Con dos millones, me voy a poner hasta las botas. A ver si el ex concejal de las pijadas del Área de Juventud, renombrado por el dedito del alcalde, me echa una mano y me organiza una fiesta de la espuma, de esas que se monta en sus mundos de yupi, kayak y snorkel, y me sirve de ceremonia inaugural.