Hoy me he levantado con el pie derecho, convencido de que Málaga se ha recuperado de su autoabandono complaciente, merced al empecinado esfuerzo de nuestros más recientes gobernantes por traer la cultura y las nuevas tecnologías a esta feria tan grande que fue hasta ayer, anclada a identificarse compasivamente como la mejor del sur de Europa. Ya no somos tan turbios en cuanto a reconocernos en algún pasado peor. Hemos encontrado una raicita de la que tirar para inventarnos una tradición nueva de toda la vida. Creo que el punto de inflexión se produjo con la ocurrencia del Carmen Thyssen, museo moderno donde los haya, antichurrigueresco y rococó que, además de ilustrarnos sobre flamencas y bandoleros de jabugo, nos iluminó en el nuevo horizonte que se abriría con el mercadeo de las franquicias, ese que ahora nos ha puesto encima de la mesa sin haber pasado por la cocina. Fijaos si la cosa ha cambiado que, aún pobrísimos, hicimos cola para ver a Marina Abramovic hecha arte en sí misma en ese agujero blanco del CAC, con sus corredores de gusano llenos de malagueños amantes del arte por cientos de miles, al año. Bendito canon de más de tres millones de euros anuales y contemporáneos, que me permitieron tocarla y que nos bendijera.
No sólo eso. La bruma pasajera de los últimos siglos parece haberse levantado para traernos las mejores telecomunicaciones y la smart city a Málaga, aunque no sepamos si eso es algo tangible o sólo alucinante. Lo del Parque Tecnológico ha resultado ser un acierto, por no se qué de Silicon Valley y por no sé cuántos del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Además, ahora que el PSOE le ha cambiado el capricho a Mario Cortés y el alcalde, por unos ascensores sociales, contaremos con un Polo Digital en la ciudad, que con mucho gusto les explicaría en qué consiste si lo supiera. Una muesca más a nuestro revolver, sin tilde ni tiros, a una ciudad actual y vanguardista, de la que, hasta me apetece, poder presumir de nuevo. Si Cánovas levantara la cabeza y Sagasta no lo perturbase…
Málaga va cuesta arriba y sin frenos. Lo que es complicado de imaginar sin pedorreta ruidosa. Espero que sí tenga buen embrague porque huele raro y echa humo. A nuestra ciudad, parecía que lo que le había afectado no era tanto la crisis de estos últimos años, como la filoxera de hace una vida y media, que se llevó todo, incluyendo la burguesía culta y adinerada, el jornal de los paupérrimos incultos que los servían y hasta la hoja de parra que nos pudiera tapar las vergüenzas de la peor amnesia que sufrimos todos desde entonces.
Pero de aquellos barros, esta nueva ciudad de congresos y negocios, pendiente de una noria para ponerse la guinda a la punta del éxito. Somos la capital cultural europea del 2015, abandonando el pasado feriante de pandereta y saltándonos todos los protocolos. Lo tengo claro. En España se habla bien de lo bien que va Málaga. En Europa. En el Mundo y en parte del Nordeste de Sevilla.
Ahora sólo hace falta rellenarla de los malagueños adecuados. Porque nosotros la afeamos. ¿Se imaginan una ciudad cultureta como esta, industrial como esta, tecnológica como esta, modermonísima como esta, pero llena de parados? ¿A que no pega? Un 30 por ciento de desempleados por la calle. ¡No! Todos ejecutivos con un buen sueldo, de los que van en bici y maletín al curro, y tienen tiempo libre para visitar museos con la familia, cenar en las mejores terracitas y pasear por sus preciosistas calles ajardinadas, eso es lo que pega. No una ciudad de camareros, por favor. Desde febrero de 2015 las cifras de contratos registrados a camareros ha ido creciendo hasta llegar a los 10.706 del pasado mes de junio. Todo un record. Está claro, ensuciamos mucho. Entre parados, camareros, peones y demás supervivientes, hundimos Limasa. Qué estorbo somos.
Málaga va bien pero los malagueños tenemos que irnos y dar paso a otra gente de más categoría. Para sentirnos orgullosos, por fin, y dar el valor que se merecen a los que nos gobiernan el cartón piedra.