Leí el otro día en la sección de sucesos de La Opinión de Málaga el titular de una noticia firmada por José Torres que decía: “un joven se salta un semáforo con una moto robada, sin casco y con un porro en la mano”. ¿Pero esto no era Grecia?
Yo, que no entiendo casi nada del lío griego, me imagino su situación así, tal cual. Se han saltado un semáforo, que no sería tan grave por sí solo y menos si confiaran y se dejaran abrir en canal para curarse las prisas vitales, digo viales, tan malas consejeras en época de crisis y debiendo tanto, en un laboratorio macroeconómico del Banco Central Europeo, bisturí en mano, por expertos hombres de negro de la troika, a los que siempre supongo ejecutando con maestría el baile cosaco tradicional, agachaditos y estirando las piernas con los brazos cruzados. ¿Que por qué?, ¿cómo se llamaba la perrita rusa orbitable? ¿Troika, no? Pues eso.
Saltarse un semáforo no es tan malo como que te pille un policía local de Málaga haciéndolo. Glup. Leyendo la noticia detenidamente le pongo cara de Varoufakis al presunto delincuente y puedo hacerme una idea: sirenas, huidas, carreras, atropellos… Y que te agarre de nuevo Schauble, por el cuello y con razón, que es lo peor. Después de venderle la moto de la austeridad a los anteriores gobiernos griegos, los soryzos no le han pagado en plazo y forma a los bancos alemanes, menudos ladrones muertos de hambre. ¡Moto robada! En este punto es cuando a los honestos hombres de bien empiezan a caernos mal los inferiores sin salida ni recursos. Siempre nos pasa. En 1922, en Italia. En 1933, en Alemania… Como cuando juega Tonga contra Brasil en el mundial, que apoyamos al más débil al principio para que dé la campanada, hasta que le meten tres en siete minutos, el tercero de rabona. Después prima el espectáculo y esperas que le marquen quince o dieciséis más a ritmo de samba, para consolar el aburrimiento. En ese punto estamos. Consolando el aburrimiento griego. Porque no se trata de ser de derechas o de izquierdas, ni buenos ni malos. Se trata de que paguen lo que deben o que deban lo que no paguen antes de ahogarse del todo o de pudrirse definitivamente. Sin apriorismos del hambre que pasen mientras los pisoteemos ni solidaridad alguna. Caridad, en todo caso. Por culpa suya. Ineptitud suya. Caradura suya. Y merecimiento suyo. O si no, que se lo hubieran pensado antes. O que lo hubiesen hecho mejor. O que no hubiesen arrancado la moto. O que desaparezcan de Europa sin que nadie se entere, ni sospeche, ni hable en los mercados del gran fracaso de la política económica europea que siguieron los griegos, en sirtaki irreverente, a pies juntillas. Uno dos y tres, ¡ya!
La metéfora del motorista griego arrestado, además de por todos los pecados referidos, encuentra su culminación en el hecho de haber realizado un referendum a tumba abierta, por su cuenta sin saldo, sin respeto a las normas no escritas, ni humildad histórica, ni casco. ¿Qué han intentado demostrar? ¿Que la democracia reside en la soberanía popular? ¿En qué siglo era eso?
Y para acabar, van, y ganan. Qué desfachatez; un porrito motero del 61 por ciento. Casi un insulto humeante. De hecho, la manifestación que más señalan los tertulianos televisivos de la añeja guardia de la primera cadena, cuando hablan del intento de gobierno democrático heleno, hace especial referencia a su chulería. Los griegos son chulos. Su gobierno, más. Y Varoufakis, el dimitido, se llevaba la palma. Entre la dignidad y la chulería hay una delgada línea, pero yo creo que con una lobotomía se les curaría a estos griegos, con su corralito, su feo afán por impagar. Ya puestos, probemos.