Ciudadanos ha resultado ser las mititillas del yogur antirevolucionario de la España de los municipios. Donde le faltaba una chispitilla de aliento al gobierno tradicional de los últimos quince o veinte años para recomponerse ante el perroflautismo galopante, ahí han estado ellos con su muletilla para que no desfallecieran nuestros viejos guardianes. Venían los salvajes bárbaros a caballo desde Mongolia u otras revistas de parecido peor gusto, a agitarnos la representatividad y, los siudatans peligrosos de Floriano, han terminado convirtiéndose en sus salvadores. Un ejército de cipayos fieles a su 78 de caballería. Indios sin crasia, que decía Juan Cassá, el del humor blanco, en su discurso del pleno de investidura de De La Torre, sin enterarse muy bien todavía de si pasa desapercibido o se le nota demasiado que está perdido en medio de una ciudad merdellona de playa que, además, ama la poesía… el pobre, por ahí sigue abrazándose, agradecido, a quien se lo quede mirando durante más de tres segundos, entre el Guadalmedina y el Guadalhorce.
Donde hiciera falta, Ciudadanos le han puesto la calza al PSOE o el flotador al PP, para que se estabilizara el torcido Estado de Derecho, que se prometía a la deriva sin su amable y oportuna condescendencia. Se han comportado como el estabilizante E-410 de la democracia, como el espesante natural y maravilloso gelificante bien untado por sus buenas manos amigas para metérnoslo por aún no sabemos cuál de nuestros más oscuros objetivos. En nuestro caso, basta -de bastón- con observar a Don Francisco y su mejor sonrisa, que se le había congelado asustadiza en los últimos domingos y otras fiestas de pactar, de nuevo bien puesta sobre sus comisuras museísticas, para demostrarnos que votarles ha valido la pena. Qué alegría de pura goma garrofín. Todo, de nuevo, en su mismo y ajustado sitio.
Pero igual que con el pepé de Paquito, pactan con el popó de Susana, por el 90% de pensamiento en común. Eso es lo mejor del partido de Rivera y lo que yo no había logrado discernir en su discurso de campaña. Son estupendos para cualquier descosido. Como unos tacones para que lleguen de puntillas los que casi repiten victoria. Ciudadanos es un fondo de inversión de votos. Tú se lo das y ellos lo colocan donde más te convenga. Te quitas de preocupaciones. Yo, si se pudiera, les cedería mi voto a plazo fijo. Si no lo hice antes, cuando ni sabía ni contestaba, aún indeciso, fue porque temía que se decantaran por uno u otro pero así, sin ideología, es como ser del Madrid y el Barcelona al mismo tiempo, con posibilidad de pasarse al Atleti, cuando suene la flauta. Esta regeneración democrática es ganadora. De listos. Son sólo la puntita de todos los gobiernos a los que les falte un novio apañado para las duras noches de invierno, y sin ningún compromiso. Te apoyo hasta que la curva de la economía del voto me indique buenos dividendos electorales. Y moción de censura si no me obedeces o miras a otro o aún queriéndome, la oposición esté de moda según la demoscopia.
El concepto conservador se ha quedado viejo con Ciudadanos. Ellos son la conservera entera. Y los conservantes. Ácido Láctico. Quieren las cosas como estaban, pero con ellos al cuidado. Ejerciendo su control con pasión liberal o progresista, según convenga desde su nimio 6,55% de apoyo ciudadano.
No quieres un Zapata en tu vida, ¿verdad? ¡Que viene el coco! Pues ya sabes… Invierte en preferentes y abraza su naranjito.