La nueva política ya ha llegado. Me refiero a la política con minúsculas, la de los partidos. Y no a sus nuevas caras especialmente, sino a los nuevos repartos de confianza que han deparado las últimas elecciones locales y autonómicas en todo el país. Las mayorías absolutas han perdido por mayoría absoluta y hay que pactar. A ver si los políticos profesionales recuerdan cómo se hace. Porque en esto, como en todas las cosas, nos suele fallar la memoria del cortito al medio plazo. Supongo que el chip de la obsolescencia de la buena memoria humana nos lo estaremos comiendo loncheado a 1 euro en algún producto de apariencia cárnica de nuestro supermercado de la crisis, porque si no, no entiendo que hayamos olvidado que antes de sufrir los rodillos democráticos por decreto de los últimos años, también padecimos gobiernos sostenibles en minoría. Cuando Aznar hablaba catalán con sus amigos en la intimidad, sin ir más lejos (1996-2000). Antes Suárez (1977-1982) y Felipe González (1993-1996) y el último, Zapatero (2004-2011), sólo mencionando los gobiernos centrales.
Si la mayoría de los gobiernos locales y autonómicos de esta etapa democrática también se han solventado en minoría, a través de pactos puntuales o acuerdos de gobierno con otras formaciones políticas, me pregunto por qué entonces se encuentra la sociedad tan alterada con los resultados de las últimas elecciones. En la parte que nos toca, está claro, se debe al producto adobado rosa de la vitrina de la gran superficie de abajo, que huele a carne comestible. Y un poquito también a que Ayuntamiento, Diputación y Gobierno Central nos han mal acostumbrado a un mandato sin rendición de cuentas ni consultas con nadie, legitimados por la aritmética y el miedo a estar peor todavía. A que se hunda mi prima en el riesgo. A que nos rescate Europa. A que nos lleven los hombres de negro.
Tres o Cuatro años de absolutismo mayor, perdón, de mayorías absolutas, nos han encaminado hacia sentirnos acaudillados por la gracia divina, y ahora, abservándolos un poco cabizbajos por sus peores resultados, nos remueven el desamparo. Tampoco ha ayudado que el de la Junta de Andalucía no fuese un gobierno en minoría del partido más votado, sino el fruto de un acuerdo entre el segundo y el tercero en discordia: PSOE-IU. Esto que parece tan fácil de conseguir y que la prensa, tertulianos y politólogos acogen como modelo de funcionamiento previsible para teñir el mapa de España de pactos y colores afines tras los resultados del domingo, yo no me lo creo. El PSOE pudo gobernar en la Junta porque estaba IU, siempre disponible y con una larguísima nómina de profesionales del cargo de confianza que no han tenido tiempo de dedicarse a otra cosa. Pero de ahí a asignar los gobiernos a los pactos de Ciudadanos con el PP o del PSOE con Podemos, y darlos por hecho, media un abismo.
Que se lo digan a Paco, más Paquito que nunca, que se veía cassado el domingo y ahora le llega el tsunami que predijo su esposa. Cassá quiere ser alcalde y todo se puede deformar democráticamente. Él con 3, Conejo y Heredia con 9 y los siempre disponibles con 2, suman 14, por 13 del PP. Mapa rojo y Cassá alcalde. Casi hecho. Menos mal que no ocurrirá sin Gil ni la burbuja inmobiliaria de por medio. Gobernará Francisco de la Torre en Málaga, si le dejan, y en minoría. Como Elías Bendodo en Diputación.
Me encantan las minorías. Mucho más que los cambios absolutos.