Deshojando la biznaga

20 May

En cuatro días, votamos, animadamente, al gobierno más importante de nuestra realidad cotidiana, es obvio. Digo animadamente porque del 15M, lo que nos ha quedado, tras su momento álgido y emocionante, ha sido el interés por la política. Porque el interés y el desencanto se llevan bien a pesar de lo que pueda sospecharse de antemano. De hecho es el mejor caldo de cultivo reconstituyente, diría yo. Interesadamente desencantado, por tanto, me ilusiona que me llamen a las urnas de nuevo. Y me apetece el recuento televisivo. Y preguntarme quién habrá votado al que gana, al que empata y al que pierde. Y si habré yo ganado, empatado o perdido. Si es que me cabe alguna de esas tres posibilidades, que prefiero pensar que sí. Puede que mi papel en democracia se circunscriba a mirar qué ocurre. O incluso a interpretar lo que me ocurrirá a través de la mirada del periodista o medio de cabecera personal que me lo cuente como a mí me gusta por la mañana, con más detalle, aliviando absolutamente mi ignorancia.

Hasta ahora he tenido suerte. Siempre he acabado ganando. Aunque vote a otro, que es lo habitual, a la postre y con la perspectiva del discurso de mano del que me ha gobernado, he de reconocerme mejorado, siempre. Cada vez estoy más joven, guapo y deportista. Como mi ciudad. O como mi alcalde, en este caso. Voto a otro, para curarme el corazoncito ideológico pero disfruto de lo bien que lo ha hecho quien esté al mando, que me tiene, ya casi, sin cuidado. Lo importante es participar.

Porque me dicen que observe la ciudad y que la compare con mi recuerdo de hace 20 años. Claro que he ganado. No se nota tanto cuando estoy en mi barrio. O bueno sí. Ya poco queda del Huelin de pescadores, pero el progreso me ha traído un Paseo Marítimo, que estaría reclamando si no lo tuviera, unas torres con vistas para mirar a África, de las que nos hacen más europeos, y un parque frente al mar, precioso. El resto está igual. Más viejo. Igual de sucio. Con más pobres honrados por la calle o sosteniendo su tiempo preso en bares parecidos. Es mi caso. Yo no sé cómo estarán en otras zonas invisibles de Málaga. Pero en La Opinión de Málaga, sí. Han recopilado 111 demandas de representantes de los 11 distritos de la ciudad y, tras ojearlas, dejando a un lado a los residentes en el Centro Histórico, me parece que todos nos sentimos igual de abandonados y contentos. Me ha extrañado un poco que algunos demanden la desratización de una zona de su distrito, que se asfalten otras, aún terruñas, o incluso que se lleve a cabo la red de abastecimiento de agua potable. Igual que estaban hace 20, qué digo, 200 años. Nunca peor. Y en una nueva ciudad cultural y tecnológica estupenda, que no quiere dejar a nadie atrás, como demuestran las flores primaverales en las rotondas.

Las quejas más comunes en los diez distritos pobres de Málaga son la deficiente limpieza de las calles, la escasez de equipamientos deportivos, de centros sociales y culturales, y de aparcamientos y zonas verdes. Se demandan actividades culturales y de ocio, que se pongan en funcionamiento piscinas y auditorios municipales que tras ser construídos, se han cerrado, como ha ocurrido en Ciudad Jardín o Campanillas. Y en el Centro, tan bonito, con su cartón piedra perfectamente colocado, sus solares de las heridas bien escondidas, sus grandes Museos de Babel, ¿qué reclamarán sus residentes? Menos ruido, menos terrazas, menos peatonalización disfuncional, menos actividades de ocio dirigidas a 600.000 y la madre, en fin, sólo una cosa por lo que leo: que los dejen sobrevivir tranquilos entre tanta cultura.

Aún no sé a quién votaré. Tengo que darle otro repaso a la vida de Brian antes de decidirme. Pero si se pudiera desvotar, o sea, quitarle un voto a un candidato, conmigo dejaban de contar en esa larga lista de indecisos. Rapidito.

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