Málaga está bonita. Cómo luce al sol. Si no fuera de aquí, me creería todo el cartón piedra preciosista que nos rodea y lo disfrutaría como cualquiera de los turistas que nos visitan. Qué suerte tienen. A menudo, los envidio. Y no porque no sepamos los malagueños bienvivir nuestra ciudad con muy poquito, sino porque acariciándola tan aparente, con el bienestar al alcance de la mano, nos apena tener que permanecer quietecitos en la esquina, pisando la punta del tapete, para que la brisa no destape nuestras vergüenzas ni descubra nuestra cara oculta, la de los cuartos menguantes. La Málaga que se puede enseñar está sujeta con imperdibles al Centro Histórico y tiene un recorrido oficial por el que no se hace camino al andar. Más nos vale no perdernos. Ves poquito y te imaginas el resto. Si algún metomentodo rascara un poquito en la superficie de los umbrales de la pobreza o levantase la alfombra mágica de la cultura a dedo en la que nos han entrometido, descubriría que todos somos cómplices de esta farsa, a cambio de un rayito de sombra y una caña. Pero, aún así, bendito espejismo de ciudad, ¿verdad? Da el pego. Qué a gustito se está en esta terraza-mirador que nos ha dejado limpito y postmoderno el Consistorio para que demos un paseo. La pompa del Pompidou y el pompi del ruso, la Semana Santa de los buenos tiempos, ahora el Festival, y en el horizonte, la Noche sin blanca de la cultura municipal.
El otro día, en la Cadena Ser, los directores de los periódicos locales entrevistaron a nuestro alcalde y, aprovechando las alegrías del festival, Esther Luque les pidió que calificaran la gestión de Francisco de La Torre con el título de una película. Y estuvieron acertadísimos: Zelig, el falso documental de Woody Allen, en el que el protagonista, para ser aceptado, adapta su apariencia al entorno (incluso cambia de color de piel), podría describir el carácter camaleónico de Don Francisco. Ahora ha adoptado el rol de montamuseos y posa como si llevase toda la vida entre obras de arte. El personaje de la comedia, en un momento dado, se encuentra con miembros de la comunidad judía y le crecen barbas y tirabuzones. ¿Se imaginan? Zelig fue la elegida por Juande Mellado (La Opinión de Málaga); Noche en el Museo, la comedia en la que los objetos expuestos en el de Historia Natural cobran vida, probablemente podría encasillarse en el bestiario de las pesadillas provisionales de nuestro alcalde, como sugirió Antonio Méndez (Málaga Hoy); El año de las Luces, oso de plata en Berlín, que trata sobre el despertar sexual de Manolo (Jorge Sanz) observando cada noche a su enfermera desnudarse (Maribel Verdú), fue la elegida por Rafael Porras (El Mundo) y la que más me costó vincular a la gestión municipal, en principio. ¿De qué se habrá prendado así nuestro alcalde? ¿De las gemas? ¿Los funiculares? ¿El Astoria? ¿El embovedado del río? Le he dado 2016 vuetas, casi sin resultado; Lo imposible, la del tsunami, es la pensada por Manolo Castillo (Sur), que describe a la perfección la trayectoria política de De La Torre, como el zelig tozudo, corredor de fondo; y por último, Alcaldes al borde de un ataque de nervios, basada en la peli de Almodóvar que interpreta Banderas fue la propuesta divertida de la Cadena Ser.
Y ahora, lo peor de lo peor. ¿Conocen a alguna persona que no haya visto ninguna de estas por falta de tiempo? Si la conocen, ¿habrá tenido ese tiempo escasísimo para asistir, en cambio, a conciertos, o para ir al teatro… será aficionado a la ópera? ¿Leerá habitualmente? ¿Reconocerá la obra pictórica de los clásicos? ¿Le gustará el Arte Contemporáneo? Y la última, ¿Dejará de traer franquicias de museos a Málaga?
Dice Paquito ahora, el que no conoce los suburbios ni por las pinturas costumbristas del Carmen Thyssen, que si vuelve a ser reelegido, no dejará a ningún malagueño atrás por causa de su pobreza. Anuncia, por fin, medidas sociales, creo. Para que vaya ensayando, le aconsejaría que levantara una moqueta ruborizada de glamour y se trasladase a las no tan afueras de la ciudad, a encontrarse con la malatería de parados que ni se acercan al centro, para no molestar, espigando en sus arrabales. “Los Espigadores y la Espigadora”, esa sería la película que me gustaría que identificara los próximos cuatro años de Paco de la Torre.