Aquí voy, de gozo que no quepo en mí, incluyendo en mi alegría esa pizca de luto pactado que le proporciona su verdadera razón de ser malagueño a tanto apasionamiento de Semana. Nos quedan por delante tres o cuatro días santos de ocio para vislumbrar el baile de algún trono majestuoso al final del tumulto, acercándose con el plañir de sus cornetas de incienso hasta el último recoveco de nuestra memoria. Volveré en mí con el tamborileo enseguida y como lo sé, me dejo arrastrar por las callejuelas del tiempo, aturdido por ese segundo soñando, como si hubiese caído desmayado en un trance. Se me olvidaba que huía y que iba a cruzar para alejarme. Cómo me gusta que no me guste la Semana Santa. Para que llegue y me vaya.
Con las calles llenas. Y los bares. Me decía un sabio amigo hostelero de Coín que las celebraciones en las que la gente se gasta el dinero son las que tienen relación con la Iglesia, y lo digo persignándome, que dios quiera que no falten. Bodas, bautizos y comuniones mueven la economía. Cumpleañitos no. La Navidad, sí. La feria, no. Afirmaba que nadie quiere ya una caseta de feria que, al cabo del botellón menos impuestos, son otra ruina que añadir a las muescas de la crisis. Cada vez más restaurantes del Centro Histórico cierran durante la semanita de agosto, explicaba, porque el escaso beneficio que obtenían no les daba ni para desatorar los cuartos de baño. ¿Más ejemplos? Noche en Blanco, todo gratis, no da. Semana Santa, sí. ¿Conoces algún hostelero que cierre en Semana Santa?, me preguntaba. ¿Alguno que se queje de ella? ¿Ves? Pues este año, además, con el buen tiempo, digo yo, y con tanto turista deseando creerse que no está tan constreñido como pensaba, todo Gibralfaro parece orégano.
Lo digo contento pero mascando una brizna de vértigo con sabor al día después. Me he mal acostumbrado al éxito de mi ciudad o a que me escondan bajo el tapete del fracaso todas sus miserias. Sé la causa, la semana de las inauguraciones me ha calado hondo, pero no sus efectos. Ahora mismo, eufórico casi, gozoso, seguro, me siento como si hubiese pasado de ser un pobrecito agraciado de Málaga a ser un malagueño digno de presunción de atractivo con un montón de regalos por estrenar. Desde un Caminito del Rey con altura de miras, o un nuevo auditorio en Estepona, otorgados solemnemente por el Presidente de la Diputación Provincial, hasta una pantalla de supervideo del Corte Inglés, estrenada con un feliz año nuevo por Antonio Banderas junto al alcalde. Hablando del alcalde, que aseguraba que no pretendía enfilar una detrás de otra en la única semana que podía, cuantas más inauguraciones, mejor, pues además de la pantallita y el Pompidou, aguada la fiesta del Mercado de la Merced por la Junta y del Museo ruso, por el luto oficial, fue protagonista de un acto de paripé con foto y firma que incluía un protocolo de intenciones, en el que él personalmente interpretaba con el método stanislavski una cesión de terrenos municipales al Málaga CF para “La Academia”, que en realidad no será válida hasta que el plan especial de Arraijanal esté publicado en el Boja, dentro de 15 días aproximadamente y entonces se firme de nuevo, aunque esta vez con validez y sin la foto.
Cuánta gente. Qué fervor. Cómo me gusta que no me guste. Qué sería de mí sin mi Semana Santa. Pero qué miedo del lunes. Sin inauguraciones. ¿Irá gente al Museo ruso? ¿Qué gente? ¿No podría haber más elecciones? ¿Más Semanas Santas? ¿Se arremolinará la gente frente a la pantalla del Corte Inglés?