Creo que estoy contento. Si el saber y la felicidad tienen algo que ver, lo estoy. Aunque la causa no es tan afortunada y por ahí se contonean las dudas que me impiden afirmarlo con la rotundidad que desearía. Me explico. Hasta esta última semana, en la que la retahíla de buenas noticias económicas sobre Málaga me iluminaron, no conseguía entender a los proselitistas de esa supuesta mejoría económica que nos envuelve. Me refiero a los eruditos augures ya casi afónicos de tanto gritarnos durante tanto tiempo que estábamos llegando a este punto de inflexión en el que ya sí, tocando madera, nos encontramos, y que hemos ido usando como monigotes de nuestros mejores chascarrillos a costa de sus brotes verdes. Hasta hoy, que empiezan a ganar la partida de su razonamiento con datos y no sólo con indicios o tendencias partidistas.
De hecho, ya se ve a alguno de los científicos comiéndose esos brotes, bien masticaditos, en ensalada para reprocharnos con aires de superioridad vegetariana las pocas luces que le achacábamos por no ser capaces de vislumbrarlos nosotros solos entre tanto muérdago y, sobre todo, el escaso crédito concedido a sus exactísimas previsiones. Menos mal que los premiarán pronto los mismos nuevos viejos de Lehman Brothers. En definitiva, el auto de fe con el que requerían nuestra atención se fue para siempre a cambio de titulares elocuentes como estos de la última semana que por sí solos, dan y quitan razones. Por ejemplo: “la firma anual de hipotecas repunta por primera vez desde que comenzó la crisis”, según el INE en referencia al pasado ejercicio, 2014, y eso a pesar de que “Málaga es la provincia andaluza con la vivienda libre más cara” constatado por el Ministerio de Fomento. Estos números avalan la teoría de la recuperación, casi conspiranoica hasta hace bien poco, como estos otros, igualmente expeditivos:“la venta de vehículos se dispara con una subida del 52 por ciento en febrero”, según la Asociación Malagueña de Automoción, comparando la situación del mes pasado con la de febrero del año anterior. Es más, en el acumulado del ejercicio anual, el avance supera ya los 36 puntos. También han mejorado las exportaciones -“la exportación agroalimentaria y de bebidas crece en Málaga un 23%”, en 2014, según la Agencia Andaluza de Promoción Exterior-, como sucede con el emprendimiento -“Málaga supera la media de densidad empresarial”, con 67 firmas por cada mil habitantes, mejorando el dato nacional (66) y andaluz (55), según la CEM, o “Málaga registra 100.000 autónomos, una cifra similar al año previo a la crisis”, como puso de relieve el presidente de la Diputación Provincial, Elías Bendodo, destacando un estudio de la Oficina Provincial de Inversiones-, y así podría seguir enumerando alegrías macroeconómicas en los titulares de la prensa hasta concluir inventándome el paisaje de mejoras en el que subsistimos.
Pero el problema no son los titulares, sino los suplentes. Ya decía que me sentía contento por acostarme sabiendo algo nuevo: que la economía aunque afecta, no trata a la pobreza. Se puede dar el caso de una ciudad rica en recursos, empresas, PIB y demás indicadores inhumanos con muchos pobres en busca de superar el umbral ese que los desahogue un poquito de su mal, casi crónico. Por eso miro a mi alrededor y entiendo lo bien que vamos, a pesar del 30% de excluidos. Ahora lo comprendo, por fin. Qué alegría y qué tristeza. Málaga va bien y un tercio de los malagueños muy mal. Y así pueden seguir, ab aeterno, en progresión aritmética.