Supongo que ahora toca rebajas y después la cuesta de enero. Al menos así sucedía antes de la crisis. Aunque creo que el cambio climático ha podido trastocar el justo devenir de nuestras tradiciones y aturdirnos un poco. A mí el sobrepeso me da sueño pero estoy casi seguro que comprando los reyes de última hora, esos terribles regalos de compromiso de la lista de los tíos y primos lejanos, vi las llamadas de rebajas en los escaparates, cegado de azúcar. Pero el mareo pasó. Tengo todos los paquetitos tardíos envueltos. Alguno se quedará en casa porque mi primo, el atontado con amigos sólo virtuales que vive a oscuras frente a la pantalla de su ordenador, no se moverá de su cuarto para venir a recogerlo. El pendrive de 16 gigas se quedará en su cajita, con suerte hasta su próximo cumpleaños. Se lo daré entonces, pues mi tía le obliga a salir de la leonera para soplar y saludar, y me dirá que l6 gigas son pocas o que los pendrive son una antigualla y yo me callaré y no le diré lo pan blanco que es, ni le aconsejaré con sorna que salga un ratito a la calle para que le dé el solecito en la cara.
El 7 estoy con el síndrome postnavideño, también llamado de Laponia, no sé si en honor a Papá Noel o al guapito del señor Feito, que pasará a la posteridad por mandarnos al sexto pino a trabajar, quitándome, confiado, las guirnaldas del cuello y las bolas de su sitio, con perdón. Ya con el árbol desmontado y sospecho que con algún resto brillante en el pelo -y ninguno en la cabeza- empezará el ritual de entregar los regalos descafeinados que los magos de oriente confundieron y olvidaron en mi casa. Puro trámite de alegría. Y de ahí al lunes tras lunes a la que la cuesta de enero nos obliga por su efecto invernadero.
Pero hay una lucecita al final del túnel en este sentido. A mí me pasa y supongo que a todos los mortales que no hemos sido presentados al señor De Guindos y que no hemos perdido el miedo a quedarnos sin trabajo, que la cuesta de enero no se me hace ya tan dura. Me he convertido en experto. Porque el frío es permanente, claro y no puedes casi gastar. Mucho menos, derrochar. Y ¿endeudarte?, qué falacia, ¿con qué banco? El cambio climático nos ha servido a los privilegiados que hemos podido engordar tres kilos de turrón blando durante estas navidades a perder el miedo a apretarnos el cinturón. A mí con esas… De brotes verdes sabemos barbaridades. Nos los hemos comido todos. Y no sólo los verdes, también sus marrones.
Pues otra vez nuestros gobernantes nos dicen que se acabó. Que volvemos a la senda del crecimiento y le decimos adiós a la crisis. Pero ya no hablan de brotes. Dicen que el clima ha cambiado. ¿El clima? Es el cambio del cambio, el recambio climático se anuncia para nuestra economía, como el lobo que viene por cuarto año consecutivo, qué risa y qué ganas. Que me muerda y que me coma y que me lleve. Hasta mayo por lo menos. Hasta mayo, los que gobiernan nos dirán que todo va mejor e intentarán que lo percibamos. Tendrán nuestros regalos de reyes confundidos en sus despachos y nos los irán entregando sin llamarnos pan blancos. Con humo si hace falta. Con calorcito humano para crear tendencia en sus pulsómetros. Allanando las cuestas de cada mes con espejismos, si el plan no funciona. Con rebajas de impuestos. Con Obritas Públicas. Con Cultura gratuita y, por tanto, sin IVA. Hasta canapés en las inauguraciones habrá ante este nuevo “clima” que nos anuncian, seguro. Es la fiesta democrática, que llega, dándonos la mano. Bienaventurado 2015. ¿Quién no se rinde a sus encantos democráticos con tantas elecciones de por medio? Que llegue ya el mañana. Abajo el paro y la miseria o al menos, que nos lo creamos. ¿Dónde hay una urna?, que voy.
Feliz nuevo clima.