Encendidos

10 Dic

Llevamos ya 13 días de Navidad malagueña, un tercio del total programado por nuestro consistorio para iluminarnos con tanta felicidad, y no me resisto a reprimir durante más tiempo las ganas de revolcarme en ese espumillón. Ya está bien de mantener la compostura. Si a mí lo que me gusta es este tipo de disfrute que asalta las entrañas a borbotones. Soy lacrimógeno emotivo de grado uno. Y no se puede catalogar de otra forma el dispendio malagueño en chiribitas de ilusión. Para eso sirven los LED -¿qué lucecitas?- navideños. Están ahí arriba para que nos embelesemos con la sonrisa de los más pequeños de la casa. Los miran, los señalan y se aburren al rato, tan ricamente. Mientras, ahorramos, porque son de bajísimo consumo y lo digo gesticulando con la mano una barbaridad. Y eso nos mueve a comprar. Nos impele, con más exactitud, que, descriptivamente, significa moverse como un pelele. La fecha me da cuerda para comer turrón blando a destajo, oír villancicos por timidez, en vez de cantarlos, y hacer regalos inservibles a mis amigos invisibles, que no sé quien se inventó lo de su poca visibilidad, como si fueran del facebook, cuando a lo que se refiere es al secretismo y la sorpresa. Menuda sorpresa.

Se compra más con lucecitas, sí, que es a lo que venía este cuento. Y no lo dicen los concejales encargados del asunto, elegidos debido a su instinto preclaro y demostrable, sino estudios científicos avalados por las más prestigiosas universidades, o eso supongo y creo firmemente sin poder dar nombres ni culpables. Yo compro más que sin navidades y, por mediocre, suelo ser el típico ejemplo de la normalidad. Y aún comprando más, es menos de lo que me gustaría, puede ser que por las pocas luces. Con lo que no comprendo a los que hablan del gasto inútil en bombillitas chisporroteantes. Bueno, chisporroteantes ya no. Será por la moda o los ataques epilépticos fotosensibles, ¿quién sabe?, pero la intermitencia lumínica se ha quedado en las tiendas de los chinos para los que andamos por casa en el barrio. Lo elegante ahora es la luz fija. Y gótica. Que dé aspecto gótico, que es muy tradicional. Como nuestra catedral gótica del barroco. O lo que sea. Manca. Es manca, seguro, para ser sinceros en arte. Y si alguien se pregunta a qué viene el arco apuntado y el uso de arbotantes en las luces de Málaga, que me conteste antes a lo de las campanas, ¿a qué viene lo de las campanas en navidad? O sea, a quien no le guste el gótico que no mire. Será de aspecto de iglesia gótica para ser los primeros, por originalidad. Los primeros después de Puente Genil. Qué más dará. Que se lo pregunten a la concejala del ramo. La que sale con las flores en la foto. Es famosa por conceder los contratos que puede adjudicar libremente, no a dedo, como los demás, sino a tres dedos. Bueno, por eso y por ser la única, como Suárez, Tierno y Carrillo, que se mantuvo firme ante un golpe de estado. Valiente es. Cuando los otros concejales corrían a esconderse en los portales, perseguidos por una policía local congelada y sin pagas extras, durante el penúltimo encendido navideño, ella no huyó. Tiene una mirada firme que echa para atrás a cualquiera –que se lo pregunten a Caneda-.

La señora Porras se gastará en bombillitas lo que la infanta en responsabilidad civil. No llega a los 600.000 €. Cuando en 2009, en plena crisis, éramos los segundos que más gastábamos en adornarnos la Navidad, tras Madrid, también era doña Teresa la responsable y lucecitas (iluminaciones) Ximénez, sus adjudicados. Pocas cosas han cambiado. Tampoco el discurso: entonces, la concejala Porras decía “Málaga es muy visitada por su alumbrado navideño”. El otro día: “no lo hacemos como un gasto, si no como una inversión, para incentivar el comercio de Málaga y la afluencia de gente que viene a visitar la ciudad”…

A mí me parece entrañable… A ver quién me monta un belén…

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