Nos levantamos ayer con un nuevo escándalo de corrupción. Aunque cada vez lo percibamos de manera menos escandalosa, siendo objetivos. No porque la cantidad estafada sea menor, ni tampoco porque nos apacigüe el ánimo la pericia de los tres o cuatro jueces que nos descubren el nauseabundo pastel, día sí y día también. Lo que nos aleja cada vez un poquito más del escándalo es su hábito. Raphael podría explicarlo mejor que yo, encargándose de una banda sonora que quitara hierro al asunto. A mí, no me sale. La sensación es la de haberle cambiado una letra a nuestra dignidad, sin que nos hubiésemos percatado. Esto es un Estado Democrático de Desecho. Un Estado más torcido que la famosa torre italiana, y que el pesimismo que nos embarga por la crisis nos hace difícil de imaginarlo reconstruido en su ángulo correcto. Nos falta perspectiva. Se la llevó la penuria económica. Y el desasosiego obliga a recurrir a la nostalgia para suponernos más honestos en otros tiempos. Benditos corruptos del ladrillo que eran los culpables, los indios y los bárbaros de las películas de mi infancia. Se fueron los constructores del pelotazo y nos dejaron sus maneras en las concejalías de los pueblecitos del interior. ¿O era al revés? A mí no me extraña que un 20% de catalanes se hayan sumado al independentismo en los 10 últimos años, ¿a alguien sí? A mí, si me dejaran hacerlo sin decirme que nunca fui un reino, votaría sí a la independencia de mi casa -y la decoraría en ikea para que no me acusaran de plagio-. Que nos defienda Rajoy. ¿Dónde está? ¿Debajo de la mesa con Ana Mato? Qué mala suerte haber tenido a Zapatero y a éste al timón durante tan terrible tormenta.
Pero la corrupción más dolorosa, al menos para los paupérrimos ciudadanos, no es la que condenará a los ladrones a pasar una temporada sombría, tras breve escarnio público. La que peor se revuelve en el estómago del hambriento es la otra, la que es legal e inmoral, a partes iguales. Esa que faculta al senador a viajar cuanto quiera, sin reparar en gastos ni en apuntes contables, sobrevolando a sus representados, sin necesidad de llegar a Andorra ni a Suiza. Ni a Extremadura ni las Canarias siquiera. ¿Puede ser a Roma con mi esposa? La peor corruptela legal es la de los cimientos de un sistema caduco que le permiten a un alcalde ponerse el sueldo discrecionalmente. Que lo autoriza a sostenerse en “razones de humanidad” para fundamentar la base de cotización de sus asesores, nuevos ricos. Que le habilita a expropiar cines sin un plan que lo respalde o a firmar acuerdos con gemólogos, sin garantías de viabilidad sobre el funcionamiento del proyecto a posteriori. Esa misma legalidad inmoral que faculta al sultán a conceder tarjetas black, antes de que supiéramos que existían, a los directores de sus festivales de cine o a otorgar categoría de funcionario a sus privilegiados empleados elegidos para organizar dicho evento. La que mantiene policías locales que no obtuvieron su plaza en unas oposiciones sin mácula, según sentencia judicial, o habilita a que los exjefes de urbanismo de su gobierno sigan cobrando su sueldecito in aeternum… Qué lejos nos queda, ¿verdad? Son las secuelas de un antiguo régimen institucionalizado en las bases de una estructura orgánica que no inventó esta democracia. Le vino dada, adherida con sus cargos, sus prerrogativas y sus inexistentes organismos de control. Aquí los políticos ordenan y conceden en virtud de donde provienen. En otras democracias, rupturistas con cualquier dictadura anterior, los políticos sirven a los ciudadanos y les rinden cuentas. Aquí se vota. Un poco, te la juegas. Y te conviertes en súbdito de un nuevo virrey y de su Corte durante 4 años.
No quiero acostumbrarme. Necesito seguir escandalizándome. ¿Sería mucho pedir que nadie más tirase de la madeja?
Pues com siempre. Clavao!