Me he quedado tranquilo. Rajoy ha sacado pecho, sin que sirva de precedente, y ha salido en persona, apartando las pantallas de plasma del medio, a responder a una pregunta en el Senado y aprovechar para pedir perdón, que es distinto a disculparse en política, por los casos de corrupción que afectan a cada vez más delincuentes de su partido. Ha pedido perdón, pero no en su nombre, sino en el del PP, “por haber situado en puestos de responsabilidad a quienes no eran dignos para ello”. El día de la marmota, que diría Felipe González…
Voy por partes. Cuando alguien se disculpa, lo perdonas, o no. Sin embargo, en política, democrática y de derecho -a la española moderna y constitucional-, al santificarse con el voto y santas pascuas, las disculpas de un político no requieren de un receptor individual ni, por tanto, de ninguna respuesta positiva. La democracia interactiva aquí ni existe ni se la espera. Las disculpas políticas, por tanto, desde que todos sin excepción votamos aquella Constitución del 78 irrevocable, irreformable, inflexible y adherida a nuestra suerte hasta que la muerte nos separe, consisten en un canto al cielo, en una disculpa retórica al colectivo mudo que sirve de preámbulo para pasar página. Me disculpo por no haber podido cumplir mis promesas electorales pero os aseguro, y empeño mi palabra en ello, que para la próxima legislatura se me ocurrirán otro montón de promesas nuevas, más creativas e igual de afortunadas, para completaros otro buen programa electoral, por ejemplo, podía ser un discurso preclaro, honesto y de muy buena voluntad política por parte de cualquier gran candidato. Créeme, me votas y lo intento, es el resumen de las cosas bien hechas, tal y como nos tienen acostumbrados a asumirlas. Por eso, que un político se disculpe, no es nada nuevo. Pero pedir perdón… eso es otra cosa.
Para pedir perdón, hay que mirar a los ojitos y mostrar arrepentimiento. Ayer lo hizo muy bien, sin ir más lejos, Tomás Gómez, el líder de los socialistas madrileños, al atragantarse recordando a su delfín de Parla, el señor Fraile, y a toda su familia. Sin pedirlo explícitamente, lo invocó con medio espasmo y dieron ganas al verlo, de levantarse a darle cariño, palmaditas y hasta un abrazo. A Rajoy, creo, no se le da tan bien el método stanislavski. A él le da un no sé qué en el alma, que le sale por el ojo cuando se enfrenta a situaciones comprometidas y se hace difícil atenderlo con la misma ternura. Pero un poquito de pena si me hubiese dado, sinceramente –ahora entiendo un poco mejor las razones de humanidad a las que invoca nuestro alcalde, cuando le da pena de bajarle el sueldo a sus privilegiados-, sobre todo si se hubiera rasgado las vestiduras públicamente, expiando sus culpas y solicitando perdón para sí. Pero no ha pedido perdón para él sino para el PP. Ay dios, mío, qué difícil se me hace, eso. Es ese mismo partido de los sobresueldos, el de Bárcenas. ¡Qué está muy reciente, hombre! Son los que pagan 1.7 millones en negro en reformarse la sede, o eso he leído, ¡qué burros!, que ni en la 13 rue del Percebe serían tan torpes ni descarados. Se hace difícil, Mariano, muy difícil… Yo prefiero perdonarte a ti, la verdad. Como mucho algún sobrecito presunto sin declararle a hacienda como pecado arterial, y con tu ánimo de mejorar, que se te ve a la legua, podrías incitarme a decirte aquello de sé fuerte, presidente, sé fuerte… a poco que me empeñase en reconocerte una lágrima en su primera semana de gestación, casi seguro que te haría el borrón y cuenta nueva, como tú a Gallardón, pero, perdonar a todo el PP… machote… ¿Al PP? ¿A sus tesoreros? ¿A Rato? ¿A Acebes? ¿A Granados? por lo que un día sí y otro también nos sonroja a los tontos y les indigna a los justos… Eso es pedir demasiado… ¿Te imaginas a alguno de los que se llaman a sí mismos socialistas y obreros pidiendo que perdonásemos al PSOE? ¿El de los ERE? Qué risa.
Querido Rajoy, anda, venga… deja que te perdone a ti y así nos quedamos tranquilos…