No veas el canguelo que me entró en el cuerpo el otro día con lo del contagio de la enfermera que atendió a los dos misioneros españoles, tristemente fallecidos a causa de ese virus del que tocando madera, no quisiera tener que acordarme. Yo es que soy hipocondriaco, hasta donde me dejan, supongo que un poco debido a mi condición masculina y otro poco a la idiosincrasia andaluza, sin olvidar, claro, mi aporte connatural, que algo tendrá que ver, digo yo. En mi casa soy conocido como el cobardica, cuando me dispongo a tomarme la temperatura, y el envalentonao, cuando saco a relucir lo joven, guapo y deportista que me siento al salir de la consulta del médico curado, al menos de espanto.
Pues así andaba ya, notando cada síntoma viral y buscando el termómetro que mi hermana me esconde con muy mala idea si nota en mi cara que empiezo a sugestionarme, cuando salió la señora ministra, Ana Mato, en rueda de prensa a tranquilizarme a mí y al resto de españoles, menos susceptibles que yo a impresionarse con los microbios, seguramente. Y he de reconocer que, a pesar de la poca confianza que me ofrece de ordinario esta señora tan fina, escucharla, perdón verla, esta vez, me hizo bien. No sé si por mérito o demérito de la responsable de la sanidad española, sinceramente, pero esa es otra cuestión -que no tardaré en dilucidar-. Lo que me valió de esa convocatoria pretendidamente tranquilizadora, en principio, fue que conmigo consiguió sus objetivos. Se me quitó el dolor de cabeza e incluso las ganas de secretar saliva y sudor frío. Hasta se calmó el afán de mis esfínteres por dar rienda suelta a mis otras mucosidades más perentorias de las que una persona tan bien educada como yo no va a escribir en público, entre otras cosas para no contagiar a nadie en el mal gusto.
Me explico, lo hizo tan rematadamente mal, y no me refiero a mis esfínteres, sino a mi, mejor vuestra, ministra en la rueda de prensa que llegué a la conclusión de que si con una persona así al frente de la sanidad sólo tenemos un caso de esa terrible enfermedad contagiada en España, es que tiene que ser dificilísima que se propague. Ver la cara desencajada de la señora Mato, pasando la pelota a derecha o izquierda para demostrarnos fehacientemente que de Sanidad ni sabe ni lo intenta y que si está donde está tendrá más que ver más con tramas familiares, divorcios y otras castidades de las que sabe más que yo, el amigo de todos en la indignidad, don Pablo Iglesias, que con su valía personal o su carisma.
Yo no sé por qué Ana Mato no usó el mensaje grabado con el que ya nunca podrá sorprendernos Rajoy. Eso de que sus médicos den explicaciones sanitarias, mientras ella se mete bajo la mesa, podría entenderse en un circuito cerrado a la española, pero debería de haberse evitado a la vista de Bruselas, por el ridículo, tan espantoso y viral. Hasta la señora Vinuesa, Directora General de Salud Pública, respondió en primera instancia a la pregunta del periodista sobre si tendría que haber alguna dimisión. Perdonen un momento, que me eche las manos a la cabeza, en seguida vuelvo. Pero, ¿qué clase de políticos tenemos, qué clase de ministros que en rueda de prensa no responden ellos mismos aunque den paso, cuando sea necesario, a sus ayudantes para que den explicaciones en las cuestiones más técnicas? La Ministra de Sanidad ni estaba ni se le espera. No hace falta que dimita, si no quiere, ¿para qué? si va a seguir cobrando lo mismo de nuestros bolsillos, se quede o se vaya, de forma vitalicia, pero que no estorbe, y lo digo persignándome, por la cuenta que nos trae. Que el protocolo empiece porque se quede quietecita, a ver si a partir de ahora, se evitan parecidos errores terribles.
Yo por si acaso, ya me he preparado mi propio protocolo. Una bolsa de Carrefour en la cabeza, con dos agujeros en los ojos y un poco de cinta de embalar para ajustármela al cuello, en caso de necesidad. Mejor que nada.