Ayer, en el bar de abajo, nadie sacó a relucir el tema de los Presupuestos Generales del Estado. Mira que, disimuladamente, me empeñé en dejar el periódico abierto por la página oportuna, asomando el titular más sobresaliente, como quien no quiere la cosa, bien dobladito sobre la barra. Tuve que preguntarle al camarero, que ni pincha ni corta, como buen profesional, si había leído la noticia que, de manera cuidadosamente despeinada, alguien habría dejado a la vista de todos para comentarla. Nada. Ni tras el correspondiente carraspeo reclamando la atención, ni tampoco devolviéndomelo a mi asiento descafeinado con la técnica del estrujado (me refiero a la del ruido a raudales que se puede hacer con las páginas de un periódico cuando no se le agarra con el suficiente cariño), conseguí desviarlos de los derroteros de su animada conversación. ¿No dicen que la economía se ha recuperado y que somos la avanzadilla de Europa en la materia?, pregunté más retóricamente que nunca y probablemente sonrojándome a la altura de mis peores salidas de tono recordables. Pues entonces, ¿por qué suben las pensiones sólo un 0,25 por ciento, el mínimo legal?, concluí, como supondrán, con más fortaleza en el timbre al inicio de frase que ánimo y volumen al acabarla. ¿Pero cómo puedes estar hablando de tipos, porcentajes y primas de riesgo, o lo que sea, cuando los catalinos nos hierven la sangre con su falta de respeto nacionalista?, me espetó casi enfadado el vecino del 3, que ya conocí en las últimas guerras ganadas contra Perejil o empatadas contra Gibraltar, arreándole juntos al Tireless…
No entiendo nada. Qué aburridos. Toda la concurrencia aportando su opinión como si de un partido del siglo se tratase, pero de acuerdo. En la ruina que supondría para Cataluña separarse de España o lo lejos que quedaría de Europa, más allá del sur de Madagascar o borrado del mapa si acaso, más probablemente aún. Por supuesto, enemigo íntimo de los aliados, sería. EEUU ni verlos. Como de Podemos, malvados y utópicos, tal vez con cuernos. Con Venezuela e Irán entre sus conquistadas amistades. En pleno eje del mal, ¿no era? Con moneda propia que nadie querría -¿o eso era el euro?-, lengua de chicle en la boca y bandera robada a Aragón. Casi nada. Que Cataluña no ha existido jamás es el mínimo común múltiplo histórico que todos manejan en el gran bar de Orwell, digo de abajo. Eran condes, no reyes. ¿Quién es Conde, el de Banesto? La virtud y el dinero esconde, creo que era…
¡Qué manía con Cataluña!, pensaba, empezando a alterarme con la cucharilla y el sobre del azúcar. Ya lo tengo, esto no falla: ¿sabéis que el magnífico político Gallardón hijo, cobrará de forma vitalicia más de ocho mil euros mensuales por participar en un consejo consultivo de aficionados a los safaris fotográficos de paquidermos fallecidos, gracias o a pesar del 1,87 sobre 10 de valoración ciudadana que le adjudica el CIS en sus últimas encuestas? Profundo silencio. Me están mirando. ¿Habré tenido éxito? ¿Y Pujol?, me contestó uno que parecía callado de nacimiento, que siempre asentía sobre lo que el de la voz cantante dijera y al que recuerdo, desde que me asiste el abuso de razón colocado de hábito en la misma esquina de su existencia, en ese mismo taburete junto a la viga del fondo.
Pues todos los catalanes son entonces unos ladrones. También. Y desagradecidos. Que se vayan si no quieren ser españoles, y ya está. Ya está bien de sentirme el discordante. Vamos a votar todos. Que haya consulta. Aquí en Huelin, también. Por soberanía, ¿no es? O por la democracia. O la Constitución, que es lo mismo, creo. Porque democracia sólo habrá en España ¿o usan nuestra constitución en otros países? Y como se sienten catalanes, ¡fuera! Votamos echarlos entre todos, ¿no? Independencia sí. ¿Por qué me miráis así? ¿Pero no queríamos mandarlos tan lejos? Dejémoslos sufrir, ¿no? ¿Dónde vais? ¡Catalán el que no bote! ¿Y de lo de Urbanismo, no hablamos?