Miro el calendario y concluyo que aunque la hiperactividad de la política local pueda hacernos pensar otra cosa, las próximas elecciones municipales no están, ni mucho menos, a la vuelta de la esquina. Y lo digo a pesar de haber valorado el momento, pues ya se sabe que acabando septiembre, el otoño nos precipita a considerar mucho más cortos los días. De hecho, tampoco se salvan sus tardes nocturnas, que vuelan ágiles al fulgor de una rebeca de entretiempo, sobre todo si se piensa en ellas con la nostalgia de futuro a la que la crisis nos obliga. Pero después de esta parada aún quedarán varias estaciones más en el camino, de metro y hasta de penitencia que, a fin de cuentas, atascarán el día a día hasta entonces. Aún nos queda casi un parto entero por sostener de aquí a mayo. No tanto por los ocho meses que se vislumbran como un puntito en el horizonte de nuestra precariedad como por las situaciones embarazosas por las que nos obligarán a deambular a partir de algunas de sus promesas o propuestas.
La vergüenza ajena de esta semana empieza por la firme voluntad del PSOE en Diputación de mejorar traslúcidamente. Hacen apología del propósito de enmienda sin confesar antes de qué pecado hablan, ni de quién se retracta de qué, ni de qué cuentas hay que saldar con la ética por el cementerio de elefantes que crearon o consintieron en mantener durante su larga etapa de gobierno al frente de dicha institución. Esa parte se la saltan para anunciar sólo que no volverán a ser malos, si alguna vez lo fueron, ni a pasarse con el número de asesores contratados ni sus sueldos, entre otras cosas honestas, firmando lo que haga falta sobre las nuevas políticas en defensa de la transparencia. Luz y taquígrafos para proponer “regeneración democrática”. ¿La que ellos mismos contribuyeron a degenerar o cuál? ¿El que habla y propone no estaba en el gobierno de la Diputación de 1999 a 2003? Cuesta hacerse a la idea de que se firme cualquier acuerdo, y no porque dude de la buena voluntad del señor Francisco Conejo, sino porque sería muy fácil para el contrincante político debatir sobre este asunto con datos y cifras, al jugar con ventaja.
Por ejemplo: entre el paquete de medidas que propone el señor Conejo, se incluye la reducción del número de personal de confianza. Esta medida absolutamente populista, que suscribiría cualquier indignado de los que florecen por sufrimiento propio e impropio en la geografía local, contaría con el aplauso unánime de todos. Ahora bien, sale un chico joven, guapo y bien vestido de los que abundan en el PP por los pasillos de Diputación, atusándose el cabello antes de hablar y dice: hace tres años, cuando gobernaba el PSOE, había los mismos cargos de confianza que hay hoy más un huevo frito. Y los huevos fritos, ¿qué hacen? ¿Dónde se esconden? ¿Se curan democráticamente por regeneración espontánea?
El señor Conejo propone en Diputación un acuerdo que sirva para «recuperar la confianza y credibilidad de la ciudadanía en la política» y que pasa por dar a conocer las ayudas que recibe de la Diputación Provincial cada municipio o cada ONG o asociación; la creación de un registro de empresas «para distribuir más equitativamente los contratos menores»; la elaboración de un código ético y de buen gobierno que establezca que ningún cargo de confianza puede ganar más que el presidente de la Diputación, que ningún diputado o cargo de confianza con dedicación exclusiva pueda tener otro trabajo o que «a ningún cargo o diputado se le paguen máster o cursos de alta dirección».
¿Quiere esto decir, que ninguna de estas medidas se ha tenido en cuenta hasta ahora en los distintos gobiernos de Diputación, ni con el PP gobernando ni con el PSOE, en solitario o en compañía de otros? Amada retórica, que me salvas de estos lances…