Según datos del Instituto Nacional de Estadística de 2012, en la provincia de Málaga convivimos casi 1,7 millones de habitantes. De estos, trabajamos actualmente sólo 513.000 afortunados y únicamente 307.000 de ellos, en el mismo empleo que hace seis meses (a tenor del Informe Internacional Randstad Workmonitor, referidos al segundo trimestre de 2014). Estadísticamente, entre sus amigos y conocidos, por tanto, sólo habrá un 18 por ciento de empleados con al menos seis meses de antigüedad en su puesto de trabajo, incluidos los 62.000 funcionarios de la administración autonómica o local reconocidos en el Boletín Estadístico del Ministerio de Hacienda y Administraciones públicas. ¿Y a qué nos dedicamos?: todos camareros.
450.000 malagueños (el 87 por ciento) trabajamos en el segmento terciario de la economía, ese mismo que en los libros de Ciencias Sociales de la EGB se llamaba Sector Servicios y que engloba, fundamentalmente, la hostelería, el comercio, el transporte y los servicios empresariales. O sea, lo que para el resto de España supone el 71 por ciento del PIB, se transforma en el 80 por ciento de la productividad en nuestra provincia. Todos camareros. A falta de un sociólogo a mano que confirme mis sospechas, y pueda echarme las manos a la cabeza tranquilo, me topo con la estrategia europea del Horizonte 2020, que señala un estado ideal de productividad en la que economías alcancen un 20% de su PIB ligado a la actividad industrial, y justifico mi nerviosismo. En Málaga, el sector industrial, si se puede llamar así a algo tan pequeñito, apenas llega al 6 por ciento. ¿Qué podemos hacer todos los camareros para dejar de preocuparnos? Poco. Persignarnos y suponer que los camareros que nos gobiernan estarán en ello, dejándose aconsejar por los expertos, y poniendo especial interés en el fomento de las medidas tendentes a solucionar tal desequilibrio, O no. Porque hay entendidos que apuestan por que la clave está en «hacer más productivo el modelo actual», sin necesidad de renunciar a los elementos que históricamente le han dado sus mejores resultados. En ello está Javier González de Lara, presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía, que se muestra partidario de no cambiar el modelo sino de perfeccionarlo.
Eso me tranquiliza bastante porque si traslado mis elucubraciones a nuestra ciudad, no consigo imaginar a nadie en el consistorio midiéndose a largo plazo en cambios profundos del modelo productivo, la verdad, y menos con unas elecciones a la vuelta de la esquina donde el cabeza de cartel reduce sus miras a un máximo de cuatro años vista. Dejar que las cosas fluyan, para mejorarlas, como dice el presidente de los empresarios, da pie a que cualquier malagueño poco formado en estas ciencias de los grandes números, se envalentone y piense aquello de “esto lo arreglo yo de tres patadas”.
Por ejemplo, primera patada chulesca. Si se trata de apostar por el turismo, ¿por qué esa persecución al ocio, a la fiesta, a su ruido, o a sus terrazas? ¿Porque está el Centro saturado? ¿Porque los residentes, con razón, no soportan más las incomodidades que las continuas aglomeraciones les supone? Estamos de acuerdo. ¿Por qué una ciudad tan grande celebra sus fiestas siempre en el mismo y mínimo espacio reducidísimo del Centro Histórico? ¿Qué empresario hostelero querrá trasladarse a otra zona de la ciudad si el Consistorio se empeña en ubicar cada museo, cada recorrido procesional, cada carnaval, cada adorno navideño, cada festival de cine, cada feria, en un sitio donde no cabemos todos? ¿Qué turista coge un autobús para trasladarse cuando nos visita? ¿A ver qué? ¿A comer dónde? En dos días lo ha visto todo, desde la Plaza de la Merced a calle Larios, ida y vuelta, varias veces y de domingo a miércoles, se encuentra las calles vacías, todo desolado, porque, como es lógico, la vida de la ciudad transcurre en sus barrios en el día a día. ¿No estaban apostando por el Ensanche? ¿Por qué sólo la puntita? ¿Y Pedregalejo? ¿Y los Montes? ¿Y el Oeste? ¿Y el Norte?