Ya está aquí la feria. Qué nervios. En cuarenta y ocho horas, nos ponemos patas arriba. Habitualmente, en estos días previos, los responsables colocaban las guindas al pastel y esperábamos a que nos dijeran que ya podíamos ponernos el sombrero mejicano. Este año no sé. Da la sensación de que el entorno anda revuelto, con la fiesta a medio hacer, incluso que ese espíritu de incertidumbre se ha trasladado a la ciudad entera. Málaga parece una macrocaseta sin adjudicar a ningún demandante porque nadie quiere perderle más dinero. Estamos pendientes. Pendientes de que los datos de ocupación hotelera pasen del 80 al 88%. Pendientes también de que el Cubo no sea otra macrocaseta con el circo más grande del mundo dentro y nos crezcan los bajitos, uno haciendo obras sin permiso y el otro no dando permiso para las obras, de común desacuerdo.
Olvidándonos de la metáfora y centrándonos en el problema juvenil, no sé cómo va a acabar este asunto del gueto de la zona de juventud en el Real. Los jóvenes sobran, parece. No creo que por la edad, sino por lo que ensucian, lloran y gritan cuando beben. Se busca apartarlos de la mirada serena pero no se sabe cómo. Tal vez, la solución pase por convertir esas dos grandes casetas inventadas por alguna mente regularpensante consistorial en dos inmensos agujeros negros, solventando el problema de la física con la simple dejadez, a la que nos tienen acostumbrados. Ni se mencionan las casetas, ni se las tiene en cuenta más y, en su abandono, pronto le saldrán los corredores de gusano. Estoy casi seguro. Ahí que irán, los pobres jóvenes malagueños que, a obedientes, no les gana nadie. Que si botellón en el Paseo de los Curas, todos para allá. Que ya no, pues nada ni nadie. Otra vez que sí, pues allí que van de nuevo…
Ahora bien, en estos días de preparativos y acopio de suministros, entre la señora Porras, concejala de Fiestas, y el señor Verde, concejal de Juventud, yo creo que los están exaltando. ¿Si ya los tienen patas arriba, cómo van a estar cuando les toque tirarse al barro? No habrá zona de botellón, dice Luis Verde, para puntualizar en seguida que se podrá beber en cualquier sitio. Toda la ciudad una gran macrocaseta, ¿no se lo dije? Ahora la señora Porras: que los menores de edad sí podrán entrar en las macrocasetas porque también tienen derecho a disfrutar de la feria, dice. Me recuerda mucho a las “razones humanitarias” a las que aludía el alcalde al referirse a los grandes sueldos de sus asesores. ¿Mi sobrino de seis años también podrá entrar en las macrocasetas? ¿O sólo los niños de 15 ó 16 que aparenten ser mayores y puedan confundir mejor al camarero? Claro, la cuadratura del círculo, la expone Luis Verde al poner en marcha una campaña dirigida a los profesionales del sector hostelero con el objetivo de evitar el consumo de alcohol por parte de menores de edad, mediante “simulacros”. Un teatrillo, vaya… O sea, vamos a dar a los menores la posibilidad de beber en la calle o en las macrocasetas y de socorristas, los camareros. La peste pa ti.
Pues no. No dejarán que las dos macrocasetas se conviertan en dos agujeros negros, supongo. Si la señora Porras no encuentra esa “empresa de fuera” que quiera gestionar esos espacios tan poco apetecibles por ruinosos, se los inventará de tres en tres y hoy, probablemente, anunciará el éxito de sus gestiones. En dos días lo que hoy es un páramo, se convertirá en un páramo disimulado con guirnaldas, para que nuestros jóvenes, e infantes obedientes, tengan un sitio en el que disfrutar del Real. Y pueden pasar dos cosas: que la “empresa de fuera” a pesar de tener que pagar ese canon de 4.000 euros al ayuntamiento, más los gastos de acondicionamiento del espacio, obtenga beneficios por su profesionalidad, dejando a los empresarios malagueño del sector en ridículo o, que no haya forma de dar viabilidad económica a ese proyecto y que el Consistorio se vea obligado a acordar con los adjudicados la exención del canon municipal, lo que tampoco creo que hiciera mucha gracia a nuestros hosteleros, a los que no se ofreció esa ventaja.
La ciudad es una feria. Somos unos adelantados.