Hoy se incumple un mes del inicio de la feria. Digo incumple porque eso pasará con cualquier expectativa de mejora. El 16, pero de agosto, estaremos dando saltos. Los curados de espanto, un salto a otro lado y los empecinados en taparse los ojos si hace falta, varios más pequeñitos, siempre sobre la misma baldosa y cantinela, que te libra del mal menor a cambio del mayor escarnio que supondría imitar al que no bote. La novedad de este año es que el responsable de que todo siga el plan previsto ha abdicado soberanamente, así que si algo falla, el sucesor se lavará las manos. Caneda no mandará a la Porras, sino que si la cosa se tuerce, será al revés.
Atrás quedaron los intentos de cambiar de fechas, músicas, indumentarias o recorridos ecuestres del anterior concejal. Le toca turno al siguiente, a la señora Porras, famosa por su manera de contratar, más que legal, legalísima, por gastarse más dinero que nadie en lucecitas de colores para disfrute de los malagueños y, lo que viene más al caso, por tener gustos totalmente opuestos a su antecesor en el cargo. Así lo explicaba Caneda el año pasado mirando los chiringuitos con desdén: que «tengamos gustos distintos sobre algo no implica que existan discrepancias entre nosotros”, decía, con la oreja aún colorada de algún tirón municipal y antideportivo. «No son chiringuitos, son otra cosa», musitaba, incomprendido, mientras la señora Porras dejaba claro que las competencias en materia de playas eran suyas hasta el último grano de arena, con un puñado en una mano y un símbolo de victoria, en la otra.
Adiós, Caneda y sus horarios de cierre: siete, seis y siete, dubitativos como los andares del Chiquito de la Calzada. Qué más da a qué hora se decrete que se acaba la feria del Centro si la experiencia indica que será de madrugada juvenil y arrasada. Ya ni intentaba llevarse a los jóvenes a la carpa de lejos, la verdad, bendita dimisión para sus adentros. Queda por ver su último intento de hacer algo por la juventud o por quien vive de ella, según qué psique mercantilista dibuje la línea y en qué suelo se disponga. La remodelación póstuma del gueto joven del Real se reducirá a una enorme plaza para hacer botellón legalmente, dos discotecas y dos aldeas de Astérix, resistiendo el envite aglutinador. Damián Caneda justificó que la eliminación de las antiguas casetas permitirá ajustar mejor la oferta a la afluencia real de gente a esta zona: “no había volumen de negocio suficiente para tantas casetas y todas perdieron dinero el año pasado”, dijo. Y cuántas cosas fueron en una sola frase. La que viene al caso y primera, más que decirla, la desdijo, en cuanto al magnífico impacto económico que sostuvo en su discurso de conclusiones recién acabada la feria.
La reforma de la zona de juventud del Real, por tanto, pretende acercar a los jóvenes que hacían botellón en un lugar apartado a las nuevas casetas-discoteca para que estas puedan hacer negocio. Son sus potenciales clientes, claro, y mejor tenerlos en la nueva plaza de al lado, entonándose, que en el limbo. El dispositivo sanitario desplegado el año pasado durante la Feria tuvo que atender 114 intoxicaciones etílicas, según datos municipales. Se efectuaron además 375 intervenciones por tenencia de sustancias estupefacientes y drogas, 120 denuncias por hacer sus necesidades en la vía pública y 92, por consumir bebidas en espacios públicos no autorizados. La Policía Local intervino el año pasado 3.649 botellas de alcohol…
Pero si la feria tiene un problema –no es condicional- parece que no es este que creíamos identificado y que lo relacionábamos con el excesivo consumo de alcohol entre los jóvenes, sobre todo, entre los menores. Ya no. Ahora las medidas municipales correctoras tienden a resolver otro problema de la feria, supongo que más acuciante para el liberalismo económico: las casetas del real perdían dinero -¡y no lo sabíamos!-. La solución pasa pues, por institucionalizar el botellón. Que beban y que gasten. Los jóvenes también y más. Por el bien común o, si no, por algo parecido.