En el PP malagueño han tocado a rebato. Las orejas del lobo resultaron ser espantosas y no quieren volver a verlas. En la oposición, en cambio, están acostumbrados a convivir con ellas -con las orejas de burro, sobre todo- y piensan que no es para tanto. Mientras unos dan paseos por el Muelle 1 para encontrarse con los nativos y entregarles un folleto, otros llaman a filas a sus mejores generales, para preparar la estrategia que se nos echará encima al final de la playa, al fondo a la derecha. Elías Bendodo se encerrará este verano con Margarita del Cid para trabajar sin descanso, por un lado, y el alcalde también se ha traído ya de Madrid a su mejor hombre, o al menos, al único en el que confía hasta compartir almohada: Paco de la Torre. España ha perdido un senador y una diputada corrientes pero Málaga ha recuperado a dos expertos en estas lides democráticas de andar por casa. Dos todoterrenos, cada uno a su manera, para volver a ganar las elecciones municipales, que diseñarán también el próximo gobierno en la Diputación Provincial. Don Francisco desde la improvisación y aprovechando su poder de seducción caótico y Marga a partir del orden contrario, concienzuda hasta, casi, la disciplina asiática.
Los recortes del gobierno central le han hecho la puñeta al PP malagueño. De tenerlo todo atado, casi por inercia, a atraer esta incertidumbre que los atenaza y que no se merecen a tenor de la legitimidad que las buenas costumbres y la desilusión soberana le otorgaron durante tantos años. Los votantes que no ejercían de electores se han soltado la coleta de la indignación por culpa de Chávez, Irán, Cuatro y La Sexta y amenazan con participar de nuevo en esa fiesta democrática que los había desencantado. Si hay más pobres que ricos, más tristes que santos, que no los ilusione nadie, porque con banderas que jalear, suyo será el reino de los que no siempre pierden o, a veces, incluso, empatan.
El rival del PP en Málaga es el PP. Porque al otro lado no hay nadie en la orilla. Ni se le espera. Están por ahí, buscando a un arquitecto que les haga un puente. O ni eso. Buscando un hombre de paja que les dé tiempo para pensar si tienen el alma de un color o de otro, o de los dos, o de ninguno. Les trae más cuenta ver el trompazo que dárselo. O quedarse igual, tan a gustito.
Reñidas estarán las cuentas de Diputación. Al menos, a priori. Puestos a votar, en igualdad de condiciones anímicas, el PP se sabe perdedor. De calle. Así que botas de campo y a sumar independientes… Más fácil lo tiene el alcalde. Dos a tres meteduras de pata de sus, cada vez, más habituales, se antojan aún así demasiadas para tan sólo ocho meses de bailoteo. Como para perder los tres concejales que aún le dan de ventaja absoluta en las encuestas más desagradecidas, un cataclismo. Pero ha hecho bien Damián Caneda quitándose del medio a tiempo, de un raquetazo, por lo que pueda pasar. Pena me da el nuevo delfín. Le echo un año para dilapidar su prestigio, pasto de los tiburones, y toco madera para que no sea uno de los valiosos de su gobierno el que tenga que asumir el cargo de concejalísimo a un mes vista de la feria de los despropósitos, con dos museos más en brazos, y con treinta y seis mil entradas que repartir para ver coches antiguos, que a las doce se convertirán en calabaza. Un joven inexperto nos vendría mejor a todos –lo digo persignándome- para empezar a deambular por este camino de funambulistas en el que se mueve el alcalde desde que alguien le convenció de que la capitalidad cultural nos la quitaron los árbitros y aún podemos demostrarle al mundo que si somos los mejores bueno y qué.
Y si no, portero-delantero; jugador–entrenador. Don Francisco, alcalde y concejal de turismo y de cultura. ¿No veo a nadie frotándose las manos?