El alcalde está en forma. El otro día, celebrando los quince años de La Opinión de Málaga en el Jardín Botánico de la Concepción, se saltó el protocolo de un brinco impetuoso, tan atlético en su alzada que nos hizo temer a todos, al bueno de Domi del Postigo -que presentaba el acto- el primero, por su integridad. Tal que así, en lugar de llegar al escenario, D. Francisco aterrizó en él, tachando la escalera de un plumazo juvenil, a medio tropiezo de aguarnos la fiesta al resto de asistentes. Menos mal que el periodista estuvo atento, no de sujetarlo, que no hizo falta, afortunadamente, sino de ofrecerse voluntario a recogerlo del suelo, en el hipotético caso de que hubiese sido necesario. Un paso adelante y otro atrás por parte de Domi al observarlo aún entero, dejaron constancia de ello, para tranquilidad de los demás. Yo, mientras, acobardado de sorpresa, me había tapado los ojos para no asistir a un peor desenlace, con lo que me dio tiempo a reflexionar sobre lo dura que podría ser la caída.
El alcalde vigoroso de piernas a pesar de los setenta y un años de cada una, en vez de un discurso preparado, hizo una improvisación comentada del acto, como si fuese un examen de inglés. O sea como si no hubiésemos estado ahí, o lo que es peor, como si no llevásemos setenta minutos mirándonos de reojo con la consabida exigencia de concentración solemne que requería el acto. Hizo un repaso de lo que habían agradecido los seis justos premiados por el diario La Opinión de Málaga y las autoridades que se habían comprometido a dar apoyo con sus palabras a los méritos del periódico y saltaba de uno a otro, sin esquema ni argumentos enlazados, sin tan siquiera la chispa necesaria para percatarse de que el silencio respetuoso con el que habíamos atendido al resto de oradores, lo habíamos perdido con él. Tal vez no esté tan en forma.
Hace dos años y medio que se convirtió en senador. Decía entonces: “deseo ir al Senado como una continuación natural de condición de alcalde, con la especial sensibilidad e interés que un alcalde que participó en la Transición” pues señalaba una carencia: “falta la descentralización local: trasladar competencias y presupuestos a los ayuntamientos y acercar así las decisiones al administrado… Ha sido un grave error crear un nuevo centralismo en cada autonomía… Todo ello es más grave cuando se trata de una comunidad autónoma de la magnitud, en superficie y población, de Andalucía. Y ello está perjudicando de manera importante a nuestra ciudad… Por eso deseo ir al Senado… Para que se debatan en él estas cuestiones, para que se apoye la descentralización local, para que las autonomías trabajen en ese sentido y para que se recupere el tiempo perdido en estos casi treinta años”. Nuestro alcalde, me comentó uno de sus concejales en la fiesta aniversario de La Opinión de Málaga, era como un legionario, ganar o morir, pero nunca rendirse. Si algo cabía destacar en su labor política era su empeño incansable, me decía. Su tozudez, a veces insensata, concluyó. ¡Nos hizo creer hasta el último día que seríamos capital cultural europea!, le contesté yo. Y en treinta meses en el senado, en vez de adalid de la descentralización local, como se postulaba, ha hecho sólo una pregunta oral para conocer cómo evolucionaba la llegada de turistas en España. Sólo esa pregunta oral y 16 por escrito en solitario. No sé qué pensará él de la evolución de la descentralización local en estos últimos dos años y medio de política nacional. Pero ha abandonado y ha vuelto. O es que ha dejado de ser pertinaz o es que se ha cansado. ¿Se sentirá mayor? ¿Por eso subirá los peldaños de tres en tres, para probarse? ¿Estará en forma o las estará perdiendo?
Al tiempo…