Cada vez que se acerca el verano me da un no sé qué, que me figuro parecido a lo que debían sentir los practicantes del breakdance a finales de los 70 y que tan perplejo me dejaban cuando los admiraba con mis ojos de niño insulso. Fui soso entonces y de aquello me viene, seguramente, el pasmo continuo y el laicismo de mi estado. No lo confundan con mi escepticismo actual, me refería a que era un lacio. Fui un niño anodino, he de reconocerlo, que ni siquiera le daba emoción al verano con algún suspenso para septiembre ni, por supuesto, se tiraba desde cualquier espigón. Para ser más exacto, desde ninguno. Pero eso cambió a partir de la pubertad. Se me quitaron los michelines aunque no la timidez ni las gafas, con lo que el carácter no acompañaba al físico portentoso que llevaba a cuestas por culpa de las jovencitas de mi edad. He dicho culpa, no dolo. Dos palabras y me miraban de otra forma, menos perversa que en mis sueños. Eso creo que aún me pasa. A mí, ese primer acercamiento femenino estival me producía el medio repullo escalofriante de verdadera emoción contenida que desde entonces identifico con la cercanía del verano y el breakdance y que una vez probé a conjuntar frente al espejo del baño sin muy buenos resultados.
Supongo que eso le pasará también a D. Francisco de La Torre. Me lo imagino sintiendo ese mismo estremecimiento y haciendo el baile del robot en su larga ducha diaria, digo lucha. Ahora estará menos aburrido, sin senado que atender pero preparando unas reñidas elecciones de cara a su próxima primavera. Eso lo entretendrá, ya que me consta que es una persona muy activa y trabajadora y un verano para descansar, lo minaría. Qué miedo. Que no tenga muchas ideas, que nos pillaría desprevenidos y atolondrados. Que se lo llevara Mario Cortés de viaje a Asia, creo, sería una noticia tan estupenda como tranquilizadora.
No es mi caso. Yo soy acelerado en el disfrute cuando se me suelta, como mi perrita, Nikita. Salgo en verano con las mismas ganas que ella a la calle y jadeo con parecida armonía pero yo con nada atado, o sea, cuando no es obligatorio llegar a ningún sitio ni estoy sujeto a horarios. Es en este punto cuando reconozco que debí hacer caso de mi madre, qué tonto. Me decía que fuera representante, como mi tío Casto, que lo era de Mary Quant, y que viajaba mucho y cuando llegaba el verano tenía más tiempo libre, porque las mercerías cerraban por vacaciones. Yo le decía que para eso, maestro, porque en la edad del pavo no la entendía entre líneas. Ahora ya sí. Para el breakdance veraniego el mejor oficio es el de representante, pero no de los precursores de la minifalda, sino de los ciudadanos: político electo, sin ninguna duda. Cierran en junio y vuelven en septiembre, siendo bondadosos. A no ser que te toque enfrentarte a las urnas o ser del PSOE malagueño, que se lo toman con más calma, que no es por no ir… Yo si tuviera que elegir compañeros de baile, me quedaba en el PSOE de aquí, sin jugártela, sin responsabilidad, sin posibilidades de meter la pata y con el sello socialdemócrata que aún está bien visto a pesar de todo y de algunos. Un chollo. No me extraña la dedicación absoluta al cargo que le ponen los afortunados que nunca han probado a dedicarse a otra cosa, más que a servir al pueblo hablándole de usted. Aunque ahora parece que han creado comisiones pre-vacacionales: ‘Tú imaginas Málaga’, dicen. Que es un proceso participativo, dicen. De cara a las próximas municipales, dicen. No sé si con el firme propósito de llevarse los deberes a la playa, digo.
Se me eriza el vello de la espalda mirando el calendario. Qué poco queda de aquel muchacho, a excepción de este físico portentoso…