En Andalucía aún queda algún joven independiente aunque cada vez son menos los que pueden permitírselo. Este año, 20.000 antiguos separatistas del vínculo familiar han tenido que achantarse y regresar a la madre patria, nunca mejor dicho. En el mejor de los casos sin ofrecer nada a cambio y en el peor, con una profunda sensación de fracaso a la espalda que no le hará olvidar fácilmente el anuncio de la república independiente de tu casa, ni lo que pesaban los dichosos muebles, ni lo que les costó montarlos. Así, un estudio del Consejo de la Juventud de España constata que la población emancipada de jóvenes menores de 30 años en Andalucía había caído un 8,74% en el último año. De hecho, actualmente, sólo un 18,6% de los menores de 30 años han tenido derecho a decidir y viven de forma independiente.
Pero hasta los 25 años podría considerarse normal. Por esa extraña razón que normaliza el error cuando se repite incesantemente, la Organización Mundial de la Salud integró a los jóvenes menores de 25 años en la adolescencia. A partir de entonces, se puede ser adolescente desde que te salen los primeros granos psicológicos hasta que la barba te llegue a la cintura. La parte insoportable de que a nuestros quinceañeros les queden varias décadas de permiso para seguir siéndolo es que la edad del pavo no tendrá fin, por un lado, y que el estirón y el cambio de voz tardíos podrían hacer tambalearse los cimientos del Estado del Bienestar, por otro. En casa del abuelo, su paga, la hija adolescente de 40 y su bebé de 20. De niña a mujer. Ya lo decía Julio Iglesias en el que podría haber sido el mejor vaticinio de Nostradamus. Sumando a los hermanos, hijos y consortes, la familia numerosa de los 60, buscando a Chencho…
Salvados los menores de 25 por inmadurez para independizarse, son los hombretones y muchachitas de 25 a treinta y tantos los que deberían preocuparnos. Según el Informe de la Juventud en España de 2012, el 29,8% de las mujeres y el 41,1% de los hombres de entre 25 y 34 años aún viven con sus padres. O sea, casi un tercio de las mujeres y la mitad de los hombres-niño que estamos creando. Surge una pregunta: ¿por qué vuelven a casa o por qué nunca se han ido? Y es llegado a este punto cuando te das cuenta de lo absurdo de tanto estudio científico, estadística, apunte y recuerdo sobre lo mal que nos va. España va mal, a pesar de que nos pongan de ejemplo en Europa, según Rajoy. Peor que mal, va fatal. Sólo el 28% de los jóvenes tiene un trabajo, la mayoría en condiciones precarias, con un contrato a tiempo parcial y de menos de un año, y un 18% de estos, a pesar de todo, cree y vive su independencia. Son unos héroes. Como los 20.000 que se fueron el año pasado y ya han vuelto.
Y el que creció y se fue hecho un hombre de casa, con 18 añazos y un palustre, para alicatarnos toda la Costa del Sol y ha tenido que volver ahora al cuarto de los juguetes, con 25 añitos y dos niños en vez de panes bajo el brazo, ¿cómo lo llamamos? ¿Adolescentes, héroes, perdedores? Tal vez, esta sea una involución antidarwiniana irremediable producto de la modernidad viejaeuropea y de la infancia pasemos a la vejez sin darnos cuenta, eliminando las edades clásicas romanas para pensar, casarnos o votar como ya sucumbieron sus clases medias en nuestra sociedad conformista y sumisa por culpa del mercado de valores.
En Málaga nuestros jóvenes no tienen ese derecho a decidir sobre su independencia que otros reclaman. En nuestra ciudad un menor de 30 años tendría que ganar al año 24.533 euros para acceder a una vivienda, 2.044 euros al mes. ¿Cuántos jóvenes, de 30 no, de 40 años, o de 50, o incluso de 60, podrían permitírselo?