Éranse siete veces

7 May

Llega el cuento de la Noche en Blanco con la oportunidad de reinventar una ciudad, a partir de la imaginación. Érase otra vez…

Será el sábado con pistoletazo de salida y Cenicienta esperando en la calabaza. No sé el horario pero hay un programa precioso en internet donde se cuenta cada acto que se prepara como si fuera exclusivo y ex profeso para la ocasión. Desde una exposición que lleva dos meses inaugurada hasta una obra de mil años recientemente construida y que, ¿por fin?, se puede visitar: la alcazaba. Son siete años ya de reminiscencia desde aquel atracón de 2016 que se sigue zampando poco a poco la marabunta, un sábado de mayo al año, supongo que hasta que no quede nada que recordar. De aquella herida supuró algo con vida propia y creció hasta lo que es hoy: un record guinness de culturetas poco leídos dirigidos por el flautista de Hamelin del consistorio –que tampoco ha debido leer mucho-. Todo gratis y nos llevan al río. A todos. Los del carnaval, la Semana Santa, la feria y los parados, en fila de a uno. Metemos la puntita del pie tanto que no nos llega el agua al cuello porque, afortunadamente, el cauce está seco y abovedado en el érase una vez del alcalde. A penas tres o cuatro horas para correr a verlo todo. Teatro Romano, Picasso, Plaza de la Merced y corriendo a Calle Larios. ¿Pillaremos algo? ¿Qué habrá? Míralo en el tocho, Johnatan. ¿No lo tienes en el móvil? Del MUPAM a la eternidad…

La Noche en Blanco da ese éxito fácil que gusta tanto a los peores políticos. Da grandes números para el boca a boca sin esfuerzo, porque lo que valía algo, se regala. Ni más ni menos. Pan. Circo. Entradas. Museos. Habrá miles de ciudadanos a las colas señaladas y con un yogur de mititillas en el bolso para el niño que va a ver tantas ruinas y cuadros que se le indigestarán durante el resto del año. Esta noche lívida malagueña se ha adaptado a la idiosincrasia cultural de sus nativos, que no es mejor ni peor que la de ningún otro sitio, si acaso menos espléndida para con sus artistas. En fin, la filosofía de la noche más negra para los profesionales del arte –si es que queda alguno-, pasó de ser un estímulo artístico para culturizar al populacho en la época del constructor coleccionista, a convertirse en lo que es hoy, una oportunidad de salir a la calle con toda la familia y el único objeto predeterminado de no gastarse ni un solo céntimo, pase lo que pase y promulgado así a la población por el gobierno municipal como mérito adherido a la razón de ser de la cultura. Por amor al arte. Ese que no usa la clase política pero que exige a quien quiera tener un sitio en el que exponerse a que lo vean familiares y amigos en un catálogo artístico de 150 páginas a todo color. Los aprendices de artistas exponen, cantan, bailan, actúan, y no pintan nada más que un añadido al número de actividades programadas por la vergonzosa Área de Cultura municipal, que debe pensarse que esta fiesta es la de fin de curso en el salón de actos de un instituto gigantesco. Pero les vale. Para hablar de montones. De 100.000 cosas por un lado. De 1.500 por otro. De otras 600 por aquí. Y 1.184 por allá. Da igual de lo que sea, pero mucho, muchísimo. Tenerlo más grande (el evento). Y gratis para el consumidor, y gratis también para el que lo oferta. El único que paga en la Noche Gratuita es el artista. Hasta la última alcayata. Y lo que aún no entiendo es por qué sólo se organiza el todo gratis éste con el arte. Hay campos por descubrir. Las tapitas. Que hagan un todo gratis con tapitas. O con zapaterías. Calzado gratis para todos. Aún habría más gente en las calles, rasgándose las vestiduras por llegar antes que nadie. A lo mejor es que los hosteleros y los zapateros son más respetados que los artistas y a nadie se le ocurre si quiera proponerles que no cobren… Ahora que podemos echarle imaginación al cuento, hipoteca gratis, pero sin reivindicaciones. Hipoteca gratis desde una tumbona de una playa caribeña, abanicados. Ay, érase una vez…

Hagan cola, pasen gratis y vean.

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