Si algo me gusta de D. Francisco de la Torre es que no se casa con nadie. Lo suyo es para toda la vida. Por eso, cuando leí lo que había afirmado el pasado lunes con la rotundidad del que se deja querer, «lo más probable es que diga que sí», me agarré al periódico para no caerme de la silla. No habrá bodorrio pero sí celebración de aquí a dos meses, cuando sea su segunda confirmación, tras la católica adolescente, y destape a entera esa media sonrisa etérea que nos lleva mostrando de pitiminí desde hace ya algún tiempo en sus andares. Se le ve pletórico en esta segunda juventud sobrevenida que le ha proporcionado el sentirse aún deseado por los no tan suyos, de su partido. Esos jóvenes revenidos de modernidad y que tal vez estén llegando demasiado pronto a sentirse tan cerca del poder, que han sentido vértigo de enfrentarse antes de tiempo al recuerdo de otro exiliado en Castelgandolfo. Ha dicho el alcalde en el programa “La Tapadera” de la Cope que se quedaría en el Ayuntamiento de Málaga los cuatro años de mandato si fuera reelegido y que también lo haría, desde la oposición, en el caso de que perdiera y yo no puedo imaginarme otra escena para la ocasión, que no tenga que ver con una viñeta caricaturizada del candidato andaluz a la Junta de Andalucía en el cuartillo de al lado, tras las cortinas, frotándose las manos y aguantándose la risa rodeado de sus viejos compañeros de edificio y andanzas. Puede que mandándole un whatsapp a Arenas con el chiste. Los cuatro años, dice. Que acabaría el mandato, dice…
Si algo no me gusta de D. Francisco de la Torre es cómo le pintarrajean la cara en todos los cuadros de los santos inocentes desde Rubens. Porque antes que tozudo o confiado, por su talante, lo comprendo mejor metiendo la pata en brazos de Herodes, claro. Probablemente, limpio de pecado por tanto bautismo de fuego frente a las urnas, aunque un tanto indolente, también, por acostumbrarse a considerar como daños colaterales a sus delfines caídos. No ha dado en el clavo con ellos, no. Puede que por elegirlos al margen del partido, según le diera la espina. O será que la intuición no le llega a la mínima altura feromonal, sin dolo ni culpa sino por meras cuestiones de género. Sea de uno u otro modo, tampoco ayuda a solventar esas carencias, su empeño en dar pábulo a su demostrada falible sagacidad. De hecho, un apretón de manos poco precavido le suele llevar a la sala más profunda de la incomprensión, tercera puerta a la derecha según se entra en el edificio de Tabacalera, donde acude habitualmente para cumplir penitencia.
¿Será verdad que se fía de que le permitirán seguir al margen de las cuentas de las viejas Nuevas Generaciones malagueñas, y cumplir los cuatro años de mandato, aunque el PP no gane las próximas elecciones con la suficiencia previsible para gobernar ni en España, ni en Andalucía ni en la provincia? ¿Qué estrategia política sería esa? ¿Jugársela en las municipales, tras la retirada de un alcalde muy querido, que ha gobernado durante casi 20 años, con un nuevo candidato, inexperto? ¿Sin que se retire un año antes el viejo alcalde y lo sustituyese a tiempo de salir en la foto y poner la primera piedra de todas las obras habidas y por haber, el nuevo candidato? ¿De verdad se cree D. Francisco que le van a permitir desde su propio partido agotar su próxima y segura reelección?
Si algo me gusta de D. Francisco de la Torre es que no se casa con nadie.
Si algo no me gusta de D. Francisco de la Torre es cómo le pintarrajean la cara en todos los cuadros de los santos inocentes desde Rubens.