Dice Rajoy que, salvo alguna cosa, estamos saliendo de la crisis, de momento. Lo sostuvo la semana pasada, durante el Debate del Estado de la Nación, entre los cantos del resto de partidos que lo comparaban con la Abeja Maya o intentaban despertarlo del trance alucinógeno. Pero lo dijo en persona, sin pantalla de HD antipreguntas de por medio y tras un discurso triunfalista que hasta entonces no le habíamos escuchado. A mí no me sonó éste como los demás brotecitos verdes, sino que quise entrever fundamentos científicos en las esperpénticas bienaventuranzas que, de no haber sido contrastadas de antemano por el Presidente, lo harían rozar el ridículo del que tanto se cuida escondiéndose en su casa. Apenas una semana después de aquella cita en el Congreso de los Diputados, se van concretando mis sospechas en números macroeconómicos que, sin duda, ya conocía D. Mariano. Por ejemplo, los mejores datos en cuanto al desempleo desde el comienzo de la crisis para un mes de febrero, más que un cogollito podría contemplarse como la constatación de que, por fin, nos hemos dado de bruces contra el suelo.
La escalada natural se apunta a un ritmo de crecimiento superior al minúsculo uno por ciento que vaticinaban los organismos internacionales hasta hace poco. Tendríamos que echar las campanas al vuelo y que alguien nos llamara al orden o a la prudencia. No sé a qué estamos esperando… La macroeconomía no puede ir a peor y esto se traduce en que nos quedamos igual o mejoramos.
Aunque en los pasillos del mismo hemiciclo recién concluido el debate Mariano Rajoy matizó el triunfalismo en lo referente a las economías domésticas: «aún quedan muchísimas cosas por hacer», pero 2014 será «mucho mejor» que los años anteriores, y «confío en que la gente empiece pronto a sentirlo».
¿Cuánto es pronto?
Yo estaba tranquilito en cuanto a la salvación de mi microeconomía atendiendo a que los que en realidad manejan el cotarro no son los representantes políticos que elegimos sino quien los y nos financia. Las grandes empresas, los consorcios de la riqueza, necesitan que fluya el dinero y que el bolsillo de cada ciudadano se llene para que se lo gaste en comprarles lo que nos vendan, ¿no? Porque esto no lo arreglan los políticos, sólo lo regulan. Los verdaderos artífices del cambio de tendencia, si lo hay, serán los inversores, su capital; los empresarios y su emprendimiento. Y tienen que estar deseando que se produzca porque siete años de crisis habrán enjugado sus ganancias a la mínima expresión. ¿O tampoco?
Ay dios mío, que han salido las listas de los más ricos del mundo de la revista Forbes y persignándome, deduzco que han debido equivocarse. Porque aseguran que desde 2008 hasta hoy, las grandes fortunas españolas no se han reducido ni un poquitín sino que han crecido muchísimo. Amancio Ortega, por ejemplo, ha pasado del puesto vigésimo segundo entre los más opulentos del mundo al tercero actual, triplicando su fortuna desde los 20.200 millones de dólares a los 64.000 millones actuales. Otro dato: en 2008, había veinte españoles en la lista de los más afortunados (más de mil millones de dólares) y hoy, tras la durísima crisis, hay seis más: 26 mil millonarios. Es más, en sólo un año, la fortuna de los diez españoles más ricos se ha incrementado desde los 87.800 millones a los 96.500, ¡un diez por ciento! ¿Será que la crisis hace que aumenten los beneficios de las empresas más potentes? ¿Estarán majaretas los de Forbes?
Estamos aviados.
Estimado Gaby, conozco hoy su blog y espero pasarme con habitualidad por aquí,
un cordial saludo,
Antonio J. Quesada