A D. Francisco de la Torre le han preguntado si además de senador y alcalde aceptará ser candidato de su partido en las próximas elecciones municipales, como le solicitan cada vez que tienen oportunidad de manifestarse en público los cargos orgánicos del Partido Popular malagueño y, como en cada ocasión anterior, se ha reiterado en su discurso, pidiendo paciencia al periodista. La respuesta estará en el aire hasta, por lo menos, el 40 de mayo. Dice que dependerá de cómo se sienta y toco madera por si se refiere a su salud. Estupenda. Y como lo considero optimista, supongo que se sospechará él también sanísimo de aquí al próximo lustro. ¿Qué puede sopesar en las próximos cien noches para decidir sobre su jornada diaria en los próximas 1.500 días? Algo ha adelantado: dependerá de si se siente «con fuerza», con «ilusión» y percibe el «afecto y confianza» de los ciudadanos.
El afecto y la confianza de los ciudadanos no le dará ningún quebradero de cabeza. Acostumbrado como está a su apretadísima agenda que le permite llegar, saludar y marcharse sin respiro, supongo yo que se creerá que la ciudadanía se reduce a la suma de individuos que le damos un sincero apretón de manos cada vez que nos lo topamos por sorpresa, correteando. Eso explicaría alguna de sus afirmaciones más difíciles de entender, como aquella que dejó patidifuso a más de uno en cuanto a que ningún malagueño estaba a favor de cambiarle el nombre a la Avenida Carlos de Haya. ¡Pero ni uno sólo! A ningún ciudadano le molestaría que le mantuviesen el nombre de su avenida a un inventor aeronáutico, famoso por su creatividad y nada sospechoso de contravenir ninguna ley de memoria histórica. Pero ninguna: «no hay ningún malagueño que me lo pida; hay bastantes malagueños que me piden lo contrario», aseguró en respuesta al director general de Memoria Democrática de la Junta de Andalucía, Luis Naranjo. Corre que te corre, de inauguración en inauguración, de acto público en acto público, yo sí me creo que nadie le haya dicho jamás “cambielelnombrealavenidacarlosdehaya” sin respiración y con un saludo educado a la vez, en la mitad de tiempo que tardaría don Francisco en darse una ducha, peinarse el flequillo y subirse al coche para llegar a otro evento. Ahora bien, todos aquellos que sí han sido capaces de decirle todo lo contrario me resultan más difíciles de imaginar: “póngale dos veces Carlos de Haya a la avenida, don Francisco, y el metro, por debajo”. Sea como fuere, afectuosos nos ve porque afectuosos le somos mayoritaria y absolutamente.
El problema podría estar, sin embargo, en su otra dependencia. En la de la fuerza y la ilusión. ¿Cuánta fuerza y cuánta ilusión? Yo creo que con la penúltima fuerza del Cid, “vencílos sobre Valencia desque yo muerto encima de mi caballo”, a su partido le resultaría suficiente, aunque no sé a él. En cuanto a la ilusión, podría traducirse, tal vez, en la que le pongan los que tanto le piden que vuelva a ganarles las elecciones, en que permanezca en su sitio los cuatro años que le corresponderían de mandato. Otros cuatro años para ilusionarse en seguir mejorando la ciudad que recogió hace quince muy desmejorada. Y sólo tres meses para asegurarse de que nadie en su partido le va a quitar la ilusión de inventarse los museos de las joyas que quiera, los funiculares que se le ocurran, las redes biznagueras que se le ofrezcan y seguir protegiendo a sus privilegiados por cuestiones de humanidad durante los cuatro años de compromiso con sus fieles ciudadanos.
Yo creo que sí. Que se presenta. ¿O es que alguien piensa que se ha olvidado del embovedado del río?