Al cine español le ha tocado el gordo. Creo. A partir de ahora tendrá partidarios y detractores, que será mucho más de lo que tenía antes de la pasada ceremonia de los Goya. El ministro Wert le ha hecho un favor. Con su ausencia ha alentado, supongo que sin pretenderlo, la confrontación social que se cuece desde hace unos días en las redes. Y quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame, que escribió atinadamente Cervantes.
Porque parece que está de moda tomar partido. Puedes libremente adherirte a unos o a sus opuestos en igualdad de derechos y condiciones enarbolando la misma libertad que usan los que no se la permiten al que les discrepa. La moral es moralina y los principios de cada cual se difuminan en los fines si justifican sus medios, según el bando que defiendas desde las entrañas más sectarias del cristal con que lo mires. Manejarse sin esos principios suelta lastre y alienta cada improvisación ética desde que Jiménez Losantos, el Doctor House, Risto Mejide o el Special One decidieran meternos el dedo en el ojo como un camello por el de su aguja. De todos sus partidarios también será el difícil reino de los cielos a tenor del Artículo 14 de la Constitución. Cuestión de interpretaciones y fanatismos.
Ya no hay buenos, ni malos. Ni siquiera predomina entre nosotros el consabido maniqueísmo de Holliwood que tomábamos con el Cola-Cao de la merienda. En esta era de la crisis y la necesidad de que sean débiles los culpables, nos hemos dividido en dos tipos de tipos: los de mi pandilla de pensamiento y los indeseables que quieren quitarme la razón en cuanto me descuide. Somos contrincantes irreconciliables. Enemigos sordos. Los que llevan la camiseta con mis colores y los que atentan contra mi ideología de corto desarrollo y aún más reducido espectro nos desentendemos exclamando con mayúsculas en las redes sociales. El cine español es muy malo si nos da pena y horrible si lo odiamos. Franco pudo ser el bueno, Angelina Jolie la fea y Messi el malo, si en vez de Sergio Leone la película la hubiese dirigido uno de esos maestrillos de lo absurdo, que toma parte en la mala opinión sobre una industria cinematográfica española que en común sólo tiene dificultades.
Al cine español le ha tocado el gordo, sí. Porque los mediocres son muchos y entre todos, y de común acuerdo, lo han metido entero en el mismo saco de patatas. Porque lo confunden con una cara famosa. Con un discurso reivindicativo. Con una ideología manifiesta. Como si fuera uno. Como si estuviese unido. Como si hiciera ruido ¿Y qué le espera, entonces? En el mejor de los casos, que los que están en contra provoquen suficiente ira en sus contarios de pensamiento como para que éstos lo defiendan a ultranza. Una industria que agoniza sin ayudas, que ve cómo la disminución de público en las salas se ceba con algunos de los pocos títulos que logran salir adelante, que pierde cada año festivales y plataformas de promoción…
Entre los vaivenes de la crisis y un Gobierno que no apuesta por él, el pobre, diverso y a menudo heroico cine español no va a durar mucho como industria; ni siquiera como saco de golpes. Si es eso lo que necesitan, pueden buscarse otro enemigo, y los que creemos que hay de todo en la viña del Señor, confiaremos en la capacidad del arte de desafiar a todas las dificultades.