Pan, circo, ingles y axilas

22 Ene

El señor chino de la tienda de abajo no sabe lo que significa la palabra sumergible. Además de menospreciarme sin querer, recordando mi ceceo –zumelgible repetía- que me saca de quicio cuando quiero hacerme el fino y bien hablado, no sabía lo que era un cronómetro apto para el baño. “Bajo el agua”, le decía yo gesticulando mi natación estilo rana con la que me defiendo cuando no hay olas. Me miraba sin comprender ni atisbo de disimulo, por más onomatopeyas que se me ocurrieran para arreglarlo. “A vel, quielo cazal tibulones y vel cuánto taldo”, le dije ya casi sin esperanzas. Nada. No hay cronómetro.

Lo siguiente que se me ocurrió fue buscar una aplicación de móvil. No para traducir del español al chino, sino para que me cronometrara, ya a solas, en mi propia estupidez. Eso sí. De eso sí hay. Ya tengo instaladas cuatro en mi teléfono y no sé cuál quitar. Pero claro, una aplicación que convierta en zumelgible mi juguetito de última generación telefónica, no hay. Todavía. Aunque yo no desisto. Soy cabezota. Y recordé que en la tienda de móviles de calle Nueva vi una funda que podría servir para eso, para zambullirla en las profundidades abisales a pesar de mi escasa aptitud para el buceo. Tenía pinta. Pues tampoco. No es para meterla bajo el agua sino anti choque. Para tirar el artificio de mis redes sociales al suelo y que rebote y me vuelva a la mano sin quebranto. Es, aproximadamente, una funda boomerang. No la que buscaba. Que no hay manera.

Y todo empezó porque mi pareja no quiso ayudarme en el experimento. Por más que lo intenté. Que para hacer el tonto, yo sólo, que ella no se prestaba, me dijo muy seria. Yo creo que más que enfadada, preocupada de que hubiese perdido un tornillo. No sé cómo haría el alcalde para persuadir a la suya. Claro que, yo no tengo su poder de convicción. A él lo votan muchos malagueños sin arrepentimiento. Hasta su mujer. No sé yo si mi pareja me votaría. No voy a preguntárselo, por si acaso. Pero qué arte. Que una señora seria se digne a cronometrarle una ducha a su marido y que este lo cuente al mundo en comisión de servicio público, supone que no volvamos a imaginárnoslos de ninguna otra manera, a ninguno de los dos. A don Francisco dentro, enjabonándose, y a su fiel esposa fuera, apretando el botón del record Guinness. Yo sé que es verdad. Que Don Francisco no se inventa esas cosas. No me cabe duda de que hubo barreño, mujer cronometradora, botella de litro y medio y muy poca fricción. Primero porque no tengo por qué dudar de su palabra y segundo y, sobre todo, porque inventarse algo así, tan ridículo, no sería razonable.

Y ahí me vi. Dispuesto yo también, con una botella de gel a la derecha, una esponja a la izquierda y a punto de hincarle el colmillo al móvil, con la cuenta atrás del minuto y pico en la boca. Si un setentón era capaz de insinuar que estaba dispuesto a ducharse ante notario para demostrar que un malagueño cualquiera podía ducharse con 11 litros de agua de EMASA, yo también, por sobrarme el tiempo y la idiotez, a partes iguales. Abrí el grifo, mordí el teléfono, imaginé la sintonía de Benny Hill y… descorrieron las cortinas. -¿Qué haces?, preguntó mi novia mirándome de arriba a abajo. -Tienes que ponerte a dieta, concluyó el discurso. ¿Habré perdido ese tornillo?, me tocó preguntarme. En definitiva, seis intentos y apalizado por el señor alcalde. No hay color. Juro ante los dioses y todos los notarios de su ilustre colegio que sigo con la piel arrugada, sobre todo en la yema de los dedos. Qué frío he pasado. Qué cansino sacar el agua del barreño con una botella de refresco light de dos litros. Mi marca: 16 litros poco escrupulosos y sin frotarme debidamente las axilas ni preocuparme de dedicarle unos segundos a la curcusilla. He perdido. No entiendo cómo lo ha hecho… Qué grande, Don Francisco. Qué rápido. A partir de hoy, lo miraré –y oleré- de otra forma.

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