Dieta, deporte y rebajas

8 Ene

No sé cómo se llamará este síndrome que atenaza, parecido al de Mallorca, y que nos da de bruces contra la Navidad cuando se acaba. De Laponia no, que me buscan dobles sentidos entre líneas. Por lo menos de Helsinki, por el sabor a regaliz salado. O, mejor, el de las tres dimensiones, o sea 3D: Dieta, Deporte y Debajas. Vale, de las dos dimensiones y media si no admitimos erratas ni en rebajas, que no me pasáis una… La fecha más entrañable se va y nos queda desentrañarnos en la feliz realidad. Hay que recogerse, quitarnos las guirnaldas y el cotillón, y hasta las bolas, si no hay más remedio. Ya entiendo de dónde sale lo de las fiestas de guardar. De la parte más alta del armario. Pero, aún tirando de lógica y paciencia santojobiana, yo hay cosas que sigo sin entender a pesar de preguntármelas cada vez que le quito las lucecitas chinas al pedazo de abeto. Y es por qué no somos más prácticos. No me imagino tras cada verano doblando el bañadorcito y su toalla con meticulosa tristeza, en una cajita con espacio para el bronceador y el aftersún con pelotita hinchable de Nivea. ¡Menos mal! Bastante tenemos con la cancioncita del Dúo Dinámico dando la tabarra en el montajito de relleno del telediario como para soportar ese otro castigo… Pero entonces, ¿por qué sí he de pasar por ese trance del cajón de los adornos ahora y con cada cuesta de enero de cada año en ciernes? En momentos así, dedicados a la desdicha por causa tradicional es cuando me pongo de parte de Tom Cruise en Misión Imposible 2. Lo fácil que sería pegarnos un día de Fallas tras el día de Reyes. El árbol chino entero. Con las lucecitas puestas. Una hoguera de 10 minutos, vida nueva y santas pascuas. Lo que ahorraríamos en disgustos.

Pues ya con la Navidad recién envuelta en la misma caja de corcho que no sé quién sacó ni cuándo de dónde y la magia desaparecida de un plumazo por la inexorabilidad de la rotación, la traslación, la precesión, la nutación y el bamboleo de Chandler, toca la dieta y el deporte. Empiezo mañana. O pasado. No por ganas de retrasarme en el esfuerzo de pasar hambre por la cara sino porque, con la que está cayendo, da pena tirar los mantecados. Una bandejita variada con turrón de chocolate, un poquito del duro y casi nada del blando. Un roscón y medio; el empezado, de nata. Dos o tres pasillas y una mijita de mazapán. Me lo acabo en dos sentadas. Tiraré las peladillas para ir adelgazando 30 gramos…

Tengo quince días por delante –como mucho- para corretearme el paseo marítimo de arriba a abajo o casi entero con propósito de eternidad deportiva. Si no quince días, que son muchos y muy largos, diez, y si no, una semana, y si no, lo más probable, uno o dos días y con unas agujetas que harán que considere cualquier otro momento mejor para deshacerme de los michelines de grasita virgen extra de Gaby que me sobran. Que son menos de los que pensaba. Qué alegría. Hay un listo de mi telediario que me ha informado hoy de que sólo he engordado tres kilitos durante estas fiestas. ¿Contando los turrones? ¿Tres Kilos? ¡Yupi! Ya no me acerco a la báscula en los próximos días sufridos que, ya sin correr, me quedan por delante de ensaladitas verdes antes de que vuelva a la vida depravada de mi dieta del Parque de Málaga –dando la espalda al Mediterráneo-.

Y con esa figura en potencia que me deparará los dos días de carreras a corto plazo y las lechugas, me dejaré de melancolías en breve. El SPN (síndrome post navideño) tiene cura -habrá que rezarle-. Dice una clienta de la peluquería de mi hermana que el remedio se llama rebajas y es adictivo. Sálvese quien pueda.

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