Hoy se cumplen dos años desde las últimas elecciones generales, cita democrática por antonomasia. Recuerdo que, por primera vez en 36 años, no echaron el redoble de tambores a blanco y negro de Arias Navarro anunciando el fallecimiento del dictador en mi tele. Por lo menos no lo vi, entretenido como estaba en conocer los datos de participación de aquella cita. Recuerdo de memoria que cayó en domingo y que la incertidumbre recaía en averiguar quién apechugaría con una crisis que podría acabar con la carrera del político mejor preparado de nuestra reciente historia constitucional. Aunque no sería el caso. Los políticos del S. XXI no son como los de antes. O eso, o no se les valora sin la perspectiva del tiempo como se debiera. Se habla de los debates de la transición como los de los mejores combates recordados en el ring democrático. Yo no sé si ellos eran mejores o nosotros más pardillos, y nos creíamos que intentaban convencerse los unos a los otros. Tampoco sé si importaba eso o lo realmente importante era que su disciplina de partido no la entendíamos directamente proporcional a nuestra disciplina de conciencia.
Desde aquel 20N han pasado tan sólo dos años pero tan cuesta arriba que me creería en un error si alguien me discutiese que tal vez hubiese sucedido alguno más. ¿38? Ha sido duro. Con mucha prima de riesgo. Peores desahucios. Demasiados días por rescatar. Los eruditos económicos más optimistas situaban por aquel entonces el final del abismo en 2016 -famoso año este- y pronosticaban que, quien accediera a la gerencia del desastre en 2011 vería tan coartado su margen de maniobra por unos datos macroeconómicos presumiblemente desbocados, que quizá le diese tiempo a ejercitar algún hobby, tipo crianza de bonsáis en los jardines de la Moncloa. Por eso se apuntaba hacia un gobierno de ida y vuelta. El que trabajase la crisis a destajo podría dejarle las arcas bien arruinadas al que lo sucediera en 2015 para que, sin que el nuevo hiciese nada diferente, pudiera de todos modos llevarse todos los méritos honoris causa por el repunte económico que toca según la fórmula aritmética que nos domina. Así funciona la política cuando depende de la Economía. Uno puede arrogar todos los deméritos del capitalismo al partido oponente, por más que sea un dios inmanejable y huidizo. Los mercados, que no son nada ni nadie sino todos nosotros especulando en desorden y con libre albedrío, nos gobiernan porque el poder no lo ostentan las personas sino su dinero o en este caso crítico, su no dinero. En el siglo pasado se imaginaban los escritores con trasfondo social un mundo dominado por las máquinas. Pues no, se equivocaron. Las máquinas, como las personas se apagan cuando no hay dinero. Lo que quedará cuando muramos serán nuestras deudas. Este mundo será dominado algún día por las deudas sin ciencia ficción que nos valga…
Pues han pasado dos años y lo que nos queda por pasar ya no se fija a medio ni corto plazo. Son brotes verdes. Alcachofitas de posibilidades ecológicas bancarias al 0,1%. Rajoy ganó y se le ve menos que al tío de América, mitad ratoncito Pérez, mitad rey mago. Ni se desgasta, ni le van a dar un trabajo en Endesa o Telefónica de relaciones públicas cuando se jubile de la política activa y se decida a escribir sus memorias desvelando lo bien que hizo las cosas y lo difícil que le resultó acompañarnos al éxito. Y el PSOE se crece. Se crece en deméritos que es lo que pega en estos tiempos de grisqueza. Los analistas no dieron una. Si el perdedor en las elecciones pasadas lo iba a tener fácil en 2015 para darle la vuelta al marcador, Rubalcaba o no se enteró o quiere darle suspense a la cosa.
Dos años. Paciencia.