Hoy, a medio camino entre el escrache picassiano y la fiesta de las calabazas sanguinarias, he tardado en decidirme si comentar uno u otro asunto. Quizá tengan más cosas en común que distancia, sobre todo si se pretende resumir al mínimo su aspecto más grotesco. Un poco más de miedo que risa me provoca la insistencia del vicepresidente cuarto de la Diputación Provincial, Francisco Oblaré, en entregar una carta de pago a la Presidenta de la Junta de Andalucía, que había venido a Málaga a hacerse una foto cultural en el décimo aniversario de la inauguración del Museo Picasso y se encontró en medio de esa otra fiesta “democrática”. Algún alcalde, en compañía de otros, la esperó y persiguió sin violencia, desde el hotel hasta donde se congregaba la multitud de malagueños selectos con invitación protocolaria que habían sido invitados al acto y que asistieron atónitos al empeño baldío del señor Oblaré en hacerle llegar el sobre a la Presidenta. El intento concluyó como una mala noche en la puerta de una discoteca: forcejeando con guardaespaldas y denunciando a policías, parte de lesiones en mano.
Yo no sé, ni creo que importe tanto, quién planeó llevar a cabo esta acción reivindicativa en la que se vieron implicados importantes personalidades del PP malagueño -Caracuel, Oblaré y Armijo entre otros- pero habrá tenido tiempo suficiente de arrepentirse, a tenor de la repercusión mediática negativa que ha tenido a nivel nacional y que tendrá su continuación próximamente con una pregunta a un ministro en el Congreso de los Diputados. Eso descarta a Oblaré como organizador. No arrepentirse de nada, como ha declarado públicamente, lo hace sospechoso de fidelidad más que de cualquier otra cosa, y lo sitúa como obediente actor protagonista de una mal planificada metedura de pata política. Alguien pensó que podía ser la ocasión ideal para dejar en ridículo a Susana Díaz delante de la prensa y de la sociedad malagueña que asiste a estos saraos para saludarse y recordarse que siguen siendo, estando y existiendo pero el método escogido para reivindicar la injusticia de una deuda es precisamente el que más ha criticado el PP en otras ocasiones. Con razón. ¿O es que ahora justifican los escraches?
Don Francisco ha dado la vuelta de tuerca necesaria a este asunto para que todos comprendamos lo sucedido. No fue un escrache: “¿qué tipo de presión es entregar un papel a un cargo público?”, proclama.
Ojalá que esa teoría de nuestro alcalde no consiga muchos adeptos y en los próximos días no nos encontremos con que el hartazgo ciudadano los lleve a esperar a los cargos públicos a la puerta de su domicilio, o a la salida de su lugar de trabajo, o a las inmediaciones del hotel donde se alojan para entregarles cada uno un papel, tan reivindicativo y justo como el que pretendían entregar a Susana Díaz algunos miembros de su partido en Málaga.
En fin, el único que parece haber devuelto la cordura del discurso a esta delirante situación, más propia de la noche de difuntos que del aniversario del Museo Picasso, es el Presidente de la Diputación Provincial, D. Elías Bendodo, que ha afirmado en las últimas horas que “estas acciones nos alejan del ciudadano”. Ojalá sea una llamada a filas. Ojalá sea la manera diplomática de entonar el mea culpa. Ojalá alguien le lleve rápidamente una toalla a los altos cargos del PP que participaron activamente en el escrache y puedan sentirse con el culo al aire para que lo olviden cuanto antes y sigan trabajando en arreglarnos el futuro. Lo que nos faltaba era una guerra de escraches entre representantes políticos en Málaga…
Y hablando de Halloween. Este año me disfrazo de Jorge Javier Vázquez Oblaré. Se busca presidenta.