La semana pasada se hicieron públicos los resultados de un sondeo de opinión realizado por la Comisión Europea en 83 ciudades del continente y relativas al grado de satisfacción de los ciudadanos con respecto a sus propias ciudades y, ay, dios mío, Málaga era una de las elegidas.
Yo soy poco dado a leer estas encuestas, he de reconocerlo, cuando se trata de estudios comparativos en los que se incluye a esta ciudad, por la cuenta que me trae o el disgusto que me produce, según se mire. Creo que es algo intrínseco del malagueño aceptar la crítica desde el cariño autóctono pero cuesta más asumirla cuando el que señala nuestras carencias las vive sólo de paseante. Es un dolor cañí que nos enardece las malas pulgas, generalmente. Pero en esta ocasión me sentí envalentonado ya que las opiniones vertidas sobre nuestro amado paraíso iban a ser las propias ocurrencias nativas expuestas ante un encuestador, probablemente español y contratado por horas, licenciado de aquí y por tanto, según el informe PISA, sin saber qué significa exactamente lo que pregunta y, bendito sea, sin ningún ánimo de subjetividades. Despacito y con buena letra eché un ojillo a las conclusiones, con el debido cuidado eso sí, y dispuesto a no creerme nada que no me apeteciera aprender. Para algo, yo también soy un hijo del montón de leyes orgánicas de Educación que en las últimas décadas han sido… Y me gustó, oye… que está muy bien el resultado: al 94% de los malagueños les satisface vivir en Málaga. Natural. ¿Cómo no nos va a gustar, si sólo hay que mirarla a los ojitos?
Los pormenores no son tan importantes, claro. Por ejemplo, se pregunta por el grado de satisfacción de los ciudadanos malagueños en lo concerniente a las infraestructuras, servicios y comodidades de nuestra ciudad y preguntan sobre el transporte público, los servicios sanitarios, las instalaciones deportivas, los servicios culturales, la educación, el estado de las calles y edificios, los espacios públicos (mercados, plazas, zonas peatonales…) y las tiendas. Y estamos muy contentos de todo. Bueno, de casi todo. Si no de casi todo, de alguna cosa… Si nos atenemos al lugar que ocupamos a nuestro propio entender en el ranking , sólo estamos entre las 40 mejores ciudades en cuestión en el transporte público. No entiendo nada. Tanto follón con lo del metro ¿para qué? Pero si nos gusta mucho el autobús. El 71% de los malagueños están satisfechos del transporte público –sin metro- de nuestra ciudad. ¿Y las tiendas de Caneda para cruceristas? Pues no. Estamos en el puesto 75 de 83. ¿Y la cultura tan en boga desde que nos dieron 2016 patadas en el trasero? Tampoco. Para los malagueños, ocupamos la posición 68 entre 83. La 56 en Servicios Sanitarios, la 64 en educativos, la 62 en el estado de nuestras calles y edificios, y la 63 en los espacios públicos… ¿Qué nos queda? Ah, sí lo que nos satisface más son las instalaciones deportivas: nos consideramos los trigésimos entre las ciudades en estudio. A ver si lo que tenemos que inventarnos ahora son unas olimpiadas. Que no lo vea Don Francisco, que se lanza…
Tampoco salimos bien parados cuando nos preguntan en el sondeo sobre las oportunidades de empleo (81º), los servicios administrativos (53º), el nivel de ruido (74º), la limpieza (73º), los espacios verdes (76º), ni sobre nuestra propia situación económica (67º), o laboral (71º)… Pero entonces, ese alto grado de satisfacción, ese 94% de malagueños que no se cambiaría por los ciudadanos de otras ciudades, ¿a qué se debe? ¿Cuál es la lógica de estar tan a gusto y reconocernos tan al final de cualquier fila?
Y si somos los mejores, bueno y qué… La respuesta ya la estoy silbando.