No la conozco aún personalmente pero si tengo oportunidad, la abrazaré en cuanto seamos presentados. Esperanza Oña ha conseguido conquistarme definitivamente con su banda, digo bando. Alguien, por fin, en algún lugar, me ha hecho feliz el intelecto cultureta y ha prohibido el reggaetón. Yo me apunto donde sea y la aplaudo y la reverencio e incluso medito trasladarme a su costa… Con lo mal que lo pasé cuando mi sobrino empezó a interesarse por las radiofórmulas. Aquello que sentía era pavor. A verlo con una gorra, con una cadena de oro y con un chándal… Perreando con la pelvis, con unos tenis de marca y la carita de mala leche, qué horror. Tan democrático que es uno, por culpa de la edad y sus transiciones, que ni me había planteado prohibirle ciertas cosas… menos mal que sí que hay políticas cercanas, con otros valores más modernos que los míos, y que se atreven a prohibir de todo, por obra suya y la gracia de la Virgen, la tradición conservadora y el voto por un tubo, a partes iguales. A mí con lo del reggaetón me ha ganado Doña Esperanza. Que se prohíba el reggaetón es un sueño hecho realidad. Que alguien lo haga y que nadie me eche la culpa a mí, por intransigente, maniático, palurdo ni autoritario, se agradece. A eso deberían dedicarse los políticos, a hacer estupideces que nos hicieran las manías más llevaderas a todos y, por tanto, la vida más fácil. Si para las tres grandes preocupaciones hispánicas no tienen remedio -para lo del empleo, por falta de competencias; para la economía, por falta de soluciones; y para lo de la clase política y la corrupción, por ser fruto de la imaginación ciudadana, que estamos todos chalaos-, que nos arreglen las pequeñas cositas: que quiten de las librerías las obras conspiranoicas de marcianos construyendo las pirámides, ¡o las incendien en la plaza pública!, en plan qué represión más divertida, o que prohíban en las carteleras las pelis de acción y explosiones americanas que tanto le gustan a Montoro, o de nuestras calles, los coches-discoteca con los graves impulsados a distancia. ¿Para qué tanta vieja democracia, tan comedida, si existe esta otra más impulsiva y nueva, que propagan los de las mayorías más absolutas del PP, y que arramblan con todo? Yo, porque tuve suerte con mi niño y finalmente me salió Heavy Metal, que si no, no lo dudo, de los pelos lo hubiese arrastrado a la caseta más grande de Fuengirola, a enterarse de los que vale un peine, a escuchar a la niña de los idem, el flamenquito lacoste-apaleao y las sevillanas con gomina del PP. Y si hubiera que vomitar de tanto mal gusto, a pesar de los tapones auditivos recién estrenados para la ocasión, a hacerlo juntos, que eso seguro que crea vínculos tío-sobrino de cante jondo de por vida.
Yo no sé por qué critican a Esperanza. Ojalá otros –mirando a Caneda- fueran tan valientes como ella y prohibieran en Málaga ser merdellón, por ejemplo, en feria. Y se acabó el problema. Multa al joven feo, mal o poco vestido, bebedor, o molesto. Y ya está. No hay que especificar mucho. Como hace Esperanza con lo de los “ritmos latinos en general”, que se deja a criterio policial. Porque ella lo vale y se siente legitimada por las urnas para dictaminar sobre lo divino y lo humano. Y a quien no le guste, que no mire. Que no vaya. Y que no gaste. Que falta a la feria no le hace la presencia de quejicas indies, ni tecnos, ni heavys, ni góticos por ser la tercera más importante de Andalucía según su arreglista rubia y tradicional, selecta defensora del cancionero popular y arraigado, a la vez que alcaldesa del municipio.
Pero si alguien tuviese que cantar o pudiese, y no estuviera de acuerdo con la banda, ¡otra vez, el bando!, con hacerlo en español bien clarito… La canción protesta es el género ideal. Is blogüin in de güind. Y está permitido hasta en la feria de Fuengirola.
Yo iría y pondría a todo volumen los cantos de los rezos musulmanes, que esto se le ha pasado prohibirlo a la Doña.
Me gusta tu estilo 😉
Muy bien dicho, sí señor. Alto y claro y en el más puro español. Sr. Beneroso, cuando vaya a la feria dígamelo y voy yo también.
Gracias por la lucidez que le caracteriza.