Ya está aquí el Mater Dei para poner a prueba nuestra fe. Y yo no voy a hablar mal, no. Quiero Mater Dei. Y que se cree en el Municipio una concejalía de asuntos religiosos cuanto antes. A mí, Caneda me pega para el papel y así no enchufamos a otro director de área sino que lo asimilamos al suyo/a. Además, el tema religioso procesional, que es el que más incumbe a los malagueños, tiene un tanto de cultura, otro poco más grande de turismo y una mijitilla de deporte. Justito. Pero no me pierdo en otros vericuetos y voy a seguir contando por qué me gusta el Mater Dei este.
Unos amigos muy queridos que regentan un restaurante en Coín tienen la teoría de que la Iglesia les mantiene a flote, por eso rezan por ella, para que propague su mensaje y se extienda por ese mundo en desarrollo con miles de millones de turistas en potencia, aún en “vías de civilizarse”. La primera vez que oí a uno de los dos hermanos y socios del negocio referirse a esto, identifiqué cierta sorna en el comentario. La segunda, escuché la explicación: -no hay acto de la iglesia que no acabe en celebración consumista: la Navidad, ¿qué es? -me espetaron. -Un dispendio, Gaby, un dispendio donde se gasta lo que no se tiene y sin dolor, ¿o no? Y los que nos dedicamos a la hostelería tenemos que amar a la Santa Madre por las bodas, los bautizos y las comuniones, ¿sí o qué? La religión la inventó un tabernero de las cavernas y aún hoy nos mantiene a flote, a pique de una muerte anunciada, pero a flote.
Casi convencido por tanta lucidez empírica, me afirmó en la misma dirección el recuerdo de lo que viene sucediendo durante la feria de Málaga –fiesta pagana- en el Centro. Las taperías y gastrobares -sin pretensión de ofender con la nomenclatura- con firmas de autor en el picoteo y situadas en el Centro Histórico, cierran. Como si se pusieran de acuerdo, año tras año se suma alguna más a la hora de elegir esa semanita como la de sus vacaciones. ¿Será para disfrutarla mejor? O eso o para huir del espanto. Continuando con los amigos, Álvaro, con una mano mágica en la cocina y una pesada carga de premios gastronómicos sobre el lomo, me confesó que abrió en feria un año, al poco de inaugurar su negocio, con la ilusión de hacerse el agosto y le salió peor que un febrero. Explica gestualmente, exagerando espero, como asistió a la transformación de lo que era su coqueto local en un inmenso cuarto de baño cuartelero, que lo invadía todo desde la entrada hasta casi la cocina, vuelta y vuelta e inundado una cuarta. –Algunos iban al baño con el bocadillo de casa en la mano, Gaby. Otros con el cubalitro de plástico chino. Otros con la nevera de playa. Y yo sonreía esperando que alguno, al salir, me pidiera un botellín de agua mineral sin gas fresquito… Pero nada…
Pues va a ser verdad que es la Iglesia la que nos lleva a consumir en los bares, oye. Ya decía yo que aunque no me considerase creyente, por supuesto que sí cristiano. Y he aquí la explicación más probable: los bares. Pues por más que le doy vueltas, llevan en el fondo y la forma toda la razón los hermanos de Coín. –Gaby, la cosa esa de la noche en blanco, ¿da un euro? ¿A que no? ¡Es el todo gratis por excelencia! Si vas a un museo obsesionado con que vas a entrar por la patilla, vas a ver actuaciones gratuitas y no te van a cobrar nada por las visitas guiadas, ¿cómo vas a entrar a un bar a gastarte dos euros en un refresco? Si el quid de la noche es llegar a casa y presumir de que has estado en cuatro actuaciones, seis museos, tres exposiciones y el cuarto de baño de la tapería de Álvaro y no te has gastado ni un céntimo, ¡viva la cultura! ¿Y por qué? Porque no lo santifica la Iglesia. ¿Has visto, Gaby, una Semana Santa en la que cierre un bar del centro? ¿Sí o qué?
Pues va a ser que no. La Virgen, viva la virgen.