Tenemos un relajado white coffee durante un par de días, hasta que el muñeco del pim pam pum sea otro en la comedia berlanguiana que contribuimos a sostener. Será Rajoy probablemente, por más que se empeñe Lady Bottle en erigirse en la nueva vergüenza ajena nacional o, sin pretenderlo, siga con ese peinado eléctrico que no parecía consecuencia de tan buenos aires, sino de algunos peores. Y no me hace gracia lanzarle otro merengazo, de verdad. Espero que Ánsar, my friend, la apoye en estos difíciles momentos y que consiga sacarla pronto de la porción de tierra que se la tragó tras sus redobladas súplicas al respecto. Mal trance. Confío en que ejerza del little husband que todos deseamos y le imparta clases de su inglés de los montes de Washington en cuanto su esposa se recupere, se quite las manos de los ojos, se destape las orejas y le vuelva el color natural al semblante, hoy por hoy de bandera malagueña, de lo verde que la han puesto, tirando a morao. Ella es la cabeza de turca que la era tecnológica ha designado para hacerse el harakiri mientras escondemos nuestras peores miserias bajo una alfombra que en el COI no creen que vuele sin la magia de Estambul ni la tecnología o el dispendio de Tokio.
Ahora nos reímos. Por más feo que consideremos señalarlo, ya me sé el camino del derroterismo patrio. El proceso se inicia con la fase crédula, en la que dejamos que nos doren la pildorita de lo buenos que somos y del éxito asegurado que se arroja de nuestras expectativas. Se inicia en la prensa y se propaga en los bares, las peluquerías y en los patios de colegio. Esta fase de la inocencia concluye cuando ya estás convencido de la superioridad manifiesta sobre tus rivales y aportas tu granito de arena mesiánico ante los que no terminan de convertirse a la fe. El último achuchoncito. Todos a una nos apuntamos a caballo ganador, el nuestro, y nos tomamos la relajante cup of coffee esperando que empiece el partido. Lo malo es que pierdas. Si pierdes un poquito pero aún no del todo, la culpa es del que ha jugado las bazas, empezando por Del Bosque. Si se pierde del todo, la culpa es del árbitro, primero y del tonto que ha metido la pata personalísima, después, en cuanto compruebas que las quejas y pataletas sobre la injusticia sufrida se las lleva el viento y no tienen su pequeño párrafo designado en ningún huequecito de la historia. Esto va desde el vestido de Betty Missiego o la pata chula de Cardeñosa, hasta la cara de Aznar que se le está poniendo a Ana Botella, que sólo le falta el bigotito trending topic. Y toca reírse de alguien, excluyéndolo de tu equipo y de tu forma de ser, ganadora. A nosotros, no nos hubiera pasado eso. Ya no tenemos nada que ver con los responsables de la Candidatura de Madrid 2020, ni con la falta de remeros de la barca de Remedios Amaya, ni con los borbones espantados del Museo de las Gemas. Y de la risa, al olvido, para evitar el llanto. ¿Alguien se acuerda ya en Málaga de lo de 2016? Creo que está en el lado oscuro de nuestros recuerdos. Hay que esforzarse y sacárselo de la punta del cerebelo para concluir que aquellas uvas podridas se concedieron finalmente a San Sebastián, según mi astucia deductiva animal, que tiende a cambiar de tema más pronto que tarde. Pero primero, ganábamos seguro, después culpamos a los árbitros cuando nos excluyeron a las primeras de cambio y, por fin, acabamos riéndonos del horripilante vídeo de las heridas abiertas, aún intocables y sin tiritas. Somos así. Qué tufo en el abandono de los solares. Pero con peores aires habremos toreado, digo yo. Y la de peste que nos queda por pasar…
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